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    ¿Qué hay en común en el pensamiento de los filósofos Heráclito, Sócrates, San Agustí­n y Pascal?

    Entre estos grandes filósofos existe la persistencia de una idea básica y de gran trascendencia: el conocimiento de uno mismo.

    Heráclito de Efeso, antes de Sócrates, preocupado menos por el mundo exterior y más por el interior, afirmó que se â??habí­a consultado a sí­ mismoâ?, lo que en el filósofo de referencia no era otra cosa sino que del conocimiento de sí­ mismo proviene la sabidurí­a con la cual es posible dilucidar el origen de todas las cosas.

    A continuación, Sócrates, dijo: â??conócete a ti mismoâ?. Del oráculo de Delfos que afirmó que el hombre más sabio era Sócrates, se desprende la inscripción que hizo suya el referido pensador. Sócrates plantea todo un método para el descubrimiento de la verdad teniendo como centro de dicha metodologí­a el conocimiento de uno mismo ya que, si una persona deseaba aprender algo, sólo podí­a hacerlo partiendo de sí­ mismo.

    Posteriormente, San Agustí­n de Hipona, interpreta en un sentido más profundo la multicitada idea. Así­, San Agustí­n, manifiesta â??no salgas de ti mismo, vuelve en ti, en el interior del hombre habita la verdadâ?, verdad esta última que no es sino una expresión de la Verdad, de la â??imagen única que tenemosâ?, de la eternidad y, en última instancia, de Dios mismo.

    Finalmente, el matemático, fí­sico y filósofo francés Blaise Pascal, en proximidad con el filósofo que antecede, sanciona que â??hay que conocerse a sí­ mismos y aún cuando esto no sirviera para encontrar la verdad, al menos lo serí­a para ordenar la vidaâ?, conocimiento este que debí­a anclarse en las dos forma de conocimiento delineadas por el genio francés: el espí­ritu de geometrí­a y el espí­ritu de finura, es decir, a través de la razón y del corazón y, asimismo, del conocimiento de Cristo en nosotros. La idea de Pascal es obvia: que a través del conocimiento de sí­, los hombres llegaran a convertirse o, al menos, ordenar la propia vida, que no puede negarse ya es en si misma una forma de conversión.

    Como puede colegirse, la idea superpuesta en el Renacimiento en cuanto al hombre como centro de la creación, debe concebirse no de manera individualista o de un â??antropocentrismo total y radicalâ?, más en cambio debe entenderse en términos de la calidad y la teleologí­a que son inherentes al Ser Humano.

    El conocimiento de uno mismo, en cualquiera de los sentidos apuntados, da pauta al desenvolvimiento del hombre a través de su propio yo, un yo no sólo inmanente, sino trascendente.

    * Carin es amante de los números, estudioso de la filosofí­a, abogado y amigo de El Enigma. Columnista de Solo-Opiniones

  • ÁGORA por Carin

    En la Antigí¼edad, los filósofos griegos del perí­odo cosmológico se preguntaron por el origen de todas las cosas. El Arché, más que el origen, se referí­a al gobierno de las cosas.

    De esta manera distintos filósofos establecieron como principios materiales y metafí­sicos en la genealogí­a del mundo los llamados cuatro elementos. Así­, Tales de Mileto, matemático y filósofo, considerado el padre de la filosofí­a griega, estableció que el origen de todas las cosas era el agua. Esto no debe sorprendernos ya que el agua determinaba â??como aun hoy lo hace- situaciones de importancia fundamental como el hecho de que la vida sin agua es insostenible y era un medio de importancia indiscutible respecto del comercio que se desarrollaba por el mar.

    Eráclito de Efeso sostuvo que el origen o gobierno de todas las cosas estaba en el fuego. Y es que el fuego presenta una posibilidad para el cambio, lo que era fundamental en el pensamiento progresista del filósofo quien estaba a favor del movimiento (como en el caso contrario lo estarí­a un filósofo como Parménides de Elea)

    Por su parte Anaxí­menes de Mileto manifiesta que dicho principio deberí­a ser el aire. Al respecto existen discrepancias sobre el sentido que el filósofo en comento quiso darle a dicha palabra, es decir, ¿se referí­a al aire que respiramos y sin el cual es imposible la vida?, o ¿al espí­ritu? En el primer caso la importancia del aire es indiscutible aunque no es una idea que pueda trascender â??filosóficamenteâ? y, en el segundo caso, estarí­amos ante el primer filósofo espiritualista. Nada podemos afirmar sin embargo.

    En cuanto al elemento tierra, éste no fue definido por alguien en particular. Empédocles de Agrigento afirmó que de la unión de los cuatro elementos (agua, fuego, aire y tierra) surgí­a la vida y de su separación, la muerte. Naturalmente Empédocles matiza en mayor forma lo antes expresado, sin embargo quede lo dicho como expresión de la reunión de los cuatro elementos.

    Finalmente la propuesta anterior fue insuficiente y es el gran fundador de la lógica, Aristóteles, quien determinarí­a un elemento más: el éter. í?ste â??último elementoâ? será abolido a través de los importantí­simos trabajos que en el siglo XIX desarrollarí­a el gran fí­sico escocés James Clerk Maxwell.

    * Carin es amante de los números, estudioso de la filosofí­a, abogado y amigo de El Enigma. Columnista de Solo-Opiniones