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  • Que es el Plan de Ayala

    A fines de 1911 un grupo de revolucionarios encabezados por el general Emiliano Zapata iniciaron una dura travesí­a desde los cálidos valles de Morelos para dirigirse a las frí­as montañas de Ayoxustla, en el estado de Puebla.

    La intención era alejarse del asedio militar al que eran sometidos para, serenamente, plasmar en un documento los ideales de la revolución campesina que habí­a iniciado en el pueblo de Anenecuilco, Municipio de Villa de Ayala.

    La cuestión era de la mayor importancia porque ante el triunfo del movimiento maderista, su demanda sobre la restitución de las tierras usurpadas por las haciendas azucareras, podí­a desvirtuarse. En palabras de uno de los acompañantes de la caravana, Francisco Mercado, el jefe Zapata â??querí­a que hubiera un plan porque nos tení­an por puros bandidos y comevacas y asesinos y que no peleábamos por una banderaâ?¦â?

    De esta manera, se inició la discusión y redacción del Plan Libertador de los hijos del Estado de Morelos, o Plan de Ayala, bajo la dirección del mismo Zapata y de su compadre, el profesor rural Otilio Montaño. El eje de su argumentación era, evidentemente, la urgente resolución del problema agrario que habí­a olvidado cumplir Francisco I. Madero, aún cuando estaba contemplado en el Plan de San Luis.

    Es por ello que en los artí­culos sexto y séptimo del Plan Libertador se establecí­a que los pueblos entrarí­an en posesión de los terrenos, montes y aguas que hubieran sido usurpados por los hacendados, cientí­ficos o caciques a la â??sombra de la tiraní­a y de la justicia venalâ?; aunque aquellos propietarios que se consideraran con derechos legí­timos sobre sus propiedades, podrí­an acudir a los tribunales especiales que se establecerí­an una vez que triunfara la Revolución. Asimismo se hablaba de expropiar tierras, previa indemnización, para que se mejorara â??en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos.â?

    A juicio de los zapatistas, poniendo en marcha estas medidas la Revolución corregirí­a el rumbo que se habí­a extraviado con el gobierno de Madero. El plan de Ayala fue firmado el 28 de noviembre de 1911 y desde ese momento se convirtió en la bandera que enarbolarí­an los zapatistas durante toda la década revolucionaria.

    El plan de Ayala no solo recogió las aspiraciones de los campesinos de Morelos (y podrí­a decirse que de todo el paí­s) sino también, colocó a la problemática agraria en el centro del debate nacional. Asimismo, marcó una ruptura, un distanciamiento entre los revolucionarios que habí­an iniciado la lucha en 1910. Madero fue el primero en sentir, en carne propia, el choque de percepciones sobre el significado de la palabra Revolución.

    El zapatista Paulino Martí­nez definió perfectamente la situación cuando afirmaba que algunos caudillos creyeron que con las â??hermosasâ? palabras de â??Sufragio Efectivo, no reelecciónâ? y derrocando al â??dictadorâ? Porfirio Dí­az quedaba todo arreglado. Enorme error.

    A su juicio, el plan de Ayala: â??es la condenación de la infidencia de un hombre que faltó a sus promesas y el pacto sagrado, la nueva alianza de la Revolución con el pueblo, para devolver a éste sus tierras y sus libertades que le fueron arrebatadas desde hace cuatro siglos, cuando el conquistador hizo pedazos la soberaní­a aztecaâ?¦â?

    Bajo esta óptica los zapatistas -impacientes, rayando prácticamente en la terquedad- resolvieron pelear sin tregua hasta alcanzar su utopí­a. Enarbolando el plan de Ayala como su más extraordinaria arma, los zapatistas desconocieron a Madero como lí­der de la Revolución y mantuvieron una lucha independiente del resto de los grupos revolucionarios; sirvió para combatir a Huerta, pero también en su momento para luchar contra la â??imposiciónâ? que intentaba hacer Venustiano Carranza por medio del Plan de Guadalupe.

    El Plan de Ayala se convirtió en el pendón que los conducirí­a a la victoria, aún en los momentos más difí­ciles, como cuando el jefe Zapata cayó asesinado en la Hacienda de Chinameca en abril de 1919. Paradójicamente unos meses después llegó el triunfo, de la mano del general ílvaro Obregón y los sonorenses; solo entonces, los zapatistas pudieron iniciar la restitución y dotación de ejidos para los campesinos de Morelos y cumplir con el ideal de lograr la prosperidad y el bienestar de la Patria.

    Como afirma el historiador Salvador Rueda, con el Plan de Ayala termina el siglo XIX e inicia el siglo XX porque con él nació el vocabulario polí­tico moderno y convirtió al campesinado en interlocutor con el Estado mexicano. Los zapatistas, y con ellos los campesinos de México, se convirtieron en protagonistas de la historia de México

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  • 10 datos que hay que saber del Plan de Ayala

    1 A pesar de que el Plan de Ayala fue firmado en Ayoxustla, Puebla, debe su nombre al municipio de Villa de Ayala al que pertenece el pueblo de Anenecuilco, lugar de origen de Emiliano Zapata.

    2 Circulan dos fechas sobre la expedición del Plan de Ayala: 25 y 28 de noviembre, aunque ésta última corresponde a la versión manuscrita que se encuentra en el Archivo Zapata.

    3 El general Otilio Montaño, coautor del Plan de Ayala, serí­a juzgado y fusilado por un consejo de guerra zapatista en mayo de 1917.

    4 El Plan de Ayala reconocí­a como jefe de la Revolución al general Pascual Orozco, aunque tiempo después los zapatistas fusilarí­an a su padre en 1913.

    5 Después de aprobarse el Plan de Ayala, el general Zapata se dirigió a los presentes para pedir que pasarán a firmar todos aquellos que ¡no tuvieran miedo!

    6 El Plan de Ayala es el primer documento en donde se firma con la frase: â??Libertad, Justicia y Leyâ?, que se convertirí­a en el lema zapatista.

    7 El general Jesús Morales, firmante del Plan de Ayala y apodado El Tuerto, abandonarí­a al zapatismo para unirse a las tropas federales que combatí­an en Morelos bajo el mando del general Juvencio Robles.

    8 A pesar de que los zapatistas desconocen a Madero y lo acusan de traidor, reivindican el Plan de San Luis en lo concerniente a que era un acto de justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que habí­an sido despojados de un modo tan arbitrario.

    9 Aunque el Plan de Ayala es el documento agrarista por antonomasia de la Revolución, otros textos, como el Plan de Tacubaya del 31 de octubre de 1911, afirmaba que era primordial resolver de una vez y para siempre â??nuestro problema agrarioâ?.

    10 Hacia 1917, cuando la situación militar del zapatismo era muy difí­cil, personajes como Gildardo Magaña propusieron â??olvidarâ? por un momento el Plan de Ayala para dedicarse a hacer alianzas polí­ticas con otros grupos revolucionarios. Esto le valió que años después fuera considerado traidor a los ideales zapatistas

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  • Otilio Montaño

    Maestro de profesión, nació en el estado de Morelos. Cuando estalló el movimiento revolucionario de 1910, impartía clases en Cuautla, Morelos. Se unió al movimiento zapatista contra el gobierno de Porfirio Díaz. Se le considera el redactor del Plan de Ayala.

    Dirigió al grupo que representó al Ejército Liberador del Sur en la Convención de Aguascalientes, una enfermedad le impidió participar. En junio de 1915 el encargado del Poder Ejecutivo, emanado de la Convención, Francisco Lagos Cházaro, le nombró ministro de Instrucción Pública.

    Acusado de promover la deserción de zapatistas en favor de Venustiano Carranza, fue juzgado por un tribunal militar a cuyo frente estaba Manuel Palafox. Declarado culpable, se le fusiló, en Tlaltizapán, Morelos.

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  • El Turco y la Revolucion

    Le decí­an el Turco, sin duda por su fí­sico; le decí­an el Jefe Máximo, sin duda por su poder e influencia que dio lugar a un periodo conocido como el Maximato: Plutarco Elí­as Calles fue presidente de México de 1924 a 1928, en plena época de reconstrucción nacional.

    Calles nació en Guaymas, Sonora, en 1877. Durante su infancia se distinguió por su poco gusto por los estudios y por la frecuencia con la que se ausentaba de clases. Con el tiempo esta antipatí­a por las aulas se transformarí­a en una afición -casi de culto- por la escuela y la educación, como sucedió con la mayorí­a de los jefes revolucionarios. En su juventud obtuvo la plaza de maestro y en la ciudad se le conocí­a como un poeta inspirado que publicaba en la prensa poemas con â??pasmoso contenido existencial y [que] conmueve a sus amigos mediante sinceras expresiones de enamoramientoâ?.

    Resulta interesante que en esos años su carácter fuese introspectivo, de constante reflexión. Fue el momento en el que sentó las bases de una ideologí­a harto conservadora en cuanto a los valores sociales se refiere y que se verán manifestados después, en su periodo como revolucionario y como presidente. Así­ por ejemplo, sus conceptos sobre matrimonio, familia, escuela y ciudadaní­a tienen visos moralizantes; en el caso del matrimonio, para ser más claros, considera que tiene una doble misión: â??moralizar al individuo en sociedad y favorecer el desarrollo de la prole (formar hijos y moralizarlos), entonces la cualidad moral del matrimonio otorga por extensión legitimidad a la descendencia.â?

    Con su primera esposa, Natalia Chacón, tuvo 12 hijos de los que le sobrevivieron nueve. Obligado a trabajar arduamente, diversificó sus actividades y estableció un negocio familiar en Agua Prieta, una tienda donde se vendí­an productos de uso cotidiano. En esas estaba cuando lo pescó el movimiento revolucionario, ya que fue nombrado comisario de Agua Prieta; fue un tiempo que le sirvió para relacionarse con los jefes revolucionarios y de iniciarse en los artilugios de la polí­tica. De ahí­ en adelante su vocación fue la Revolución (con mayúscula). Peleó del lado de Venustiano Carranza, en principio bajo las órdenes de ílvaro Obregón quien en 1915 lo nombró gobernador y comandante militar de Sonora.

    En Sonora, Calles inició el experimento de polí­tica que después implementarí­a durante su presidencia; como gobernador promovió el lema â??Tierra y libros para todosâ?; lo de las tierras quedó pendiente y con los libros realizó algunos avances notables al establecer bibliotecas públicas en la mayorí­a de los municipios de la entidad. Su gobierno destacó por cierto radicalismo al promover iniciativas legislativas que prohibí­an el alcohol y los juegos de azar; promovió también la persecución religiosa y buscó establecer el salario mí­nimo para los trabajadores. Es interesante que estas iniciativas las compartiera con otras autoridades como Salvador Alvarado en Yucatán que se distinguió por un gobierno anticlerical pero vanguardista en lo que a logros sociales se refiere. Sinaloa, Chihuahua y la Ciudad de México también habí­an decretado la Ley Seca y la prohibición de los juegos de azar.

    El anticlericalismo de los revolucionarios fue intenso en esos años. En plena lucha armada, Antonio Villarreal habí­a cerrado iglesias en Monterrey; tras la toma de Guadalajara, Obregón mandó al exilio a un buen número de curas, mientras que Pancho Villa ordenó fusilar a media decena de clérigos después de derrotar a los federales en Zacatecas. Calles no se quedó atrás para el caso de su estado y, al igual que en con otras entidades, decretó la expulsión de sacerdotes. Lo cierto es que nuevamente se trataba de una polí­tica a nivel nacional que consideraba la secularización del paí­s como un asunto pendiente.

    Siendo Carranza presidente nombró a Calles su secretario de Industria, Comercio y Trabajo. A sabiendas de que bien podí­a ser una estrategia del Primer jefe para neutralizar su influencia en la región a favor de Obregón, obedeció disciplinadamente y ocupó el cargo por un tiempo. Bien se conocí­an los jefes, como demuestra una carta que Adolfo de la Huerta le escribe a Calles en julio 1918: «Después de tanta lealtad como amigo [hacia Carranza], de abnegación completa de mi parte como revolucionario y de eficaces resultados por mí­ al principio de la Revolución y al final de ella, no es justo, Plutarco… Después de tener algunas decepciones con gente del centro, me doy cuenta perfecta de que el intento es nulificarme a grandes pasos…». Poco más de un año después el â??nulificadoâ? serí­a otro: Carranza murió asesinado en Tlaxcalantongo, Puebla, en 1920, aunque ya para entonces Calles se habí­a declarado anticarrancista.

    Tras la muerte de Carranza, de la Huerta ocupó provisionalmente la presidencia y convocó a elecciones, mismas que ganó Obregón para el periodo 1920-1924. Calles se convirtió entonces en su mano derecha y entre ambos concertaron lo que habrí­a de suceder con el paí­s en los siguientes años. Primero, Plutarco serí­a el sucesor en la presidencia, como ocurrió; después, prepararí­a el camino para que Obregón fuera reelecto en el periodo posterior. Como sabemos, el â??manco de Celayaâ? murió asesinado en el parque de la Bombilla en 1928, con lo que su segundo se convirtió en el Jefe Máximo.

    Durante su cuatrienio (el cambio a sexenio se dio en la presidencia de Lázaro Cárdenas) Calles continuó el trabajo iniciado por Obregón y se dedicó a pacificar al paí­s, a conciliar a las facciones revolucionarias, a ordenar las instituciones. De hecho, se le reconoce como uno de sus mayores logros el promover la â??institucionalizaciónâ? de la Revolución a través de la fundación del Partido Nacional Revolucionario, antecedente del PRI. Su influencia rebasó la temporalidad de su presidencia, pues se consideraba un secreto a voces que era el poder detrás de la silla en los años que siguieron a la muerte de Obregón (1928-1934). Esa influencia sólo se vio sometida hasta que Cárdenas lo envió al exilio, del que regresó â??gracias a la polí­tica conciliadora del presidente Manuel ívila Camacho (1940-1946)- para morir el 19 de octubre de 1945. Personaje polémico, el Turco se caracterizó no sólo por su poca facilidad para sonreí­r, sino también por su participación en la formación del México contemporáneo

  • Francisco J. Mugica Velazquez

    Nació el 3 de septiembre en Tingüindín, Michoacán. Hizo sus estudios primarios y superiores en diversas poblaciones de su estado, pues su padre se veía obligado a cambiar de lugar de residencia por ser maestro de escuela.

    Empezó la preparatoria como alumno externo en el Seminario de Zamora. En 1906 era receptor de Rentas en Chavinda, y desde entonces se dedicó al periodismo; fundó modestos periódicos de combate; en uno de ellos sostuvo una campaña en contra del gobernador del estado, Aristeo Mercado, y de esa forma se inició en la política de oposición al régimen porfiriano.

    Radicado con su familia en la ciudad de México, en 1910 obtuvo empleo en la droguería «El Coliseo» que dejó para dirigirse a San Antonio, Estados Unidos, y se puso a las órdenes de la Junta Revolucionaria que organizaba los primeros pasos de la revolución maderista. En 1911 participó, al lado de Pascual Orozco, en la toma de Ciudad Juárez. A la muerte de Madero figuró en el constitucionalismo. Tomó parte en el primer reparto agrario llevado a cabo en México en 1913, a lado de Lucio Blanco.

    Múgica fue uno de los firmantes del Plan de Guadalupe. Administrador de las Aduanas de Veracruz en diciembre de 1914, ocupó la presidencia del Tribunal de Justicia Militar en 1915. Al año siguiente fue comandante militar y gobernador de Tabasco, y se distinguió por su política agraria.

    Su obra político-social más significativa se encuentra en la redacción de la Constitución de 1917. Diputado constituyente por Michoacán en 1917, integró el grupo radical, al lado de Heriberto Jara y Luis G. Monzón. Gobernador de Michoacán de septiembre de 1920 a marzo de 1922, renunció a su cargo por hondas diferencias con el presidente de la República, Álvaro Obregón, que culminaron con graves incidentes que lo pusieron en peligro de muerte.

    Secretario de Economía en el gabinete del presidente Lázaro Cárdenas de diciembre de 1934 a junio de 1935, pasó a la Secretaría de Obras Públicas, cargo que ocupó hasta julio de 1939. Su influencia en la expropiación petrolera fue decisiva, y el presidente Cárdenas le encargó la redacción del «Manifiesto», es decir, la exposición de motivos con que se dio a conocer al país uno de los acontecimientos de mayor trascendencia de la Revolución Mexicana.

    Fue director de la Colonia Penal de las Islas Marías y también fungió como inspector general del Ejército. En 1939 se constituyó un Centro Pro Múgica para presentarlo como candidato a la presidencia de la República, pero a los seis meses de haber iniciado los trabajos preliminares se retiró.

    Volvió por última vez a la vida política durante la campaña presidencial de 1952, como partidario de la candidatura del General Henríquez. Murió el 12 de abril en la ciudad de México.

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  • Un heroe de la batalla del Ebano

    Mi abuelo materno fue el profesor Graciano Sánchez Romo, extraordinario personaje de la Revolución Mexicana. Graciano Sánchez, campesino y polí­tico mexicano que nació el 18 de diciembre en 1888 en Soledad Diez Gutiérrez, estado de San Luis Potosí­; sus padres fueron el señor José Isaac Sánchez Hernández y la señora Marí­a del Refugio Romo, contrajo matrimonio con Guadalupe Barragán y tuvieron 9 hijos. Estudió en la escuela Normal de San Luis Potosí­ donde adquiere el tí­tulo de profesor en el año de 1906. Como maestro rural sintió en carne propia el dolor, la miseria y la situación aflictiva de los campesinos, su frase â??hay que resolver el problema de la tierra sin más limitaciones que las de carácter naturalâ?, precisa su lucha permanente en el campo mexicano. Pugnó siempre porque los campesinos se organizaran.

    Hacia el año de 1915 se incorpora a la revolucionaria del lí­der agrario í?rsulo Galván, se singulariza su actuación en los campos de batalla y por su participación en la de í?bano, se le designa, «Héroe de la Batalla de í?bano».

    Participó directamente en la formación de diversas ligas de comunidades agrarias en los estados, y en 1933 fundó la Confederación Campesina Mexicana. Dirigió esa organización hasta que, por decreto del Presidente Lázaro Cárdenas, fue transformada en la Confederación Nacional Campesina (CNC) en el año de 1938, siendo electo el primer secretario general que tuvo la organización. Fue gobernador de San Luis Potosí­ en 1923, diputado federal en varias legislaturas y jefe del departamento de asuntos indí­genas y miembro del grupo Vieja Guardia Agrarista. Murió en la ciudad de México a la edad de 69 años, el 12 de noviembre de 1957, ví­ctima de una antigua lesión sufrida en la famosa Batalla del í?bano

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  • Jose Vasconcelos 1882-1959

    Originario de la ciudad de Oaxaca, Oaxaca, vivió poco tiempo en su ciudad natal; después residió en Piedras Negras, Coahuila. Viajó por varias ciudades del país y en el Instituto Campechano hizo sus estudios elementales.

    En la ciudad de México ingresó en la Escuela Nacional Preparatoria y pasó luego a la de Jurisprudencia. Abogado en 1907, pertenece a la generación del Ateneo de la Juventud. Tomó parte activa en la revolución de 1910. Se afilió al maderismo y posteriormente siguió al villismo.

    Al triunfo de la revolución, el presidente Álvaro Obregón lo nombró rector de la Universidad Nacional, y, de 1921 a 1924 desarrolló una extraordinaria labor como secretario de Educación Pública. Organizó la educación popular, creó bibliotecas y celebró con gran éxito la primera Exposición del Libro en el Palacio de Minería; agotó un amplio programa de publicaciones, aprovechó a educadores extranjeros como Pedro Henríquez Ureña y Gabriela Mistral; hizo otro tanto con economistas como Alfonso Goldschmidt.

    La pintura mural mexicana adquirió trascendencia y calidad universal gracias al entusiasmo de Vasconcelos, al ofrecer a pintores mexicanos y extranjeros como Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Roberto Montenegro y Jean Charlot, los muros de los edificios de la Nación. A causa de dificultades políticas se alejó del país varias veces y viajó por Europa y Estados Unidos.

    En 1929 lanzó su candidatura para presidente de la República y, después del fracaso, en un nuevo destierro, recorrió Europa, Asia y América del Sur. Volvió a México en 1940 y se encargó de la dirección de la Biblioteca de México. Perteneció a incontables agrupaciones culturales extranjeras y del país; fue miembro del Colegio Nacional y a la Academia Mexicana de la Lengua.

    La obra escrita de Vasconcelos abarca buena parte de las disciplinas del pensamiento: filosofía, sociología, ensayo, historia, autobiografía. La mayor parte corresponde a la sociología y a la filosofía en la que fue creador de un sistema original. En obras suyas como La raza cósmica o La Indología, aparecen sus preocupaciones por la cultura hispanoamericana. A pesar de la importancia de este aspecto de su obra, sin duda ha pasado a la posteridad por los libros que forman su autobiografía: Ulises criollo, 1936, La tormenta, 1936, El desastre, 1938, El proconsulado, 1939

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  • Francisco Franco Salazar

    Francisco Franco Salazar nació en San Miguel Anenecuilco el 4 de octubre de 1879. Sus padres fueron Lucio Franco y Crispina Salazar, hermana de Cleofas Salazar madre de Emiliano Zapata Salazar. Fue el mayor de sus hermanos: Cresencio, Miguel, Emiliana y Leonor, Irinea y Paula. Chico Franco estudió en la escuela de Anenecuilco y fue primo hermano de Emiliano Zapata, ambos fueron compañeros inseparables desde su infancia hasta la madurez, viviendo juntos innumerables aventuras. Se casó con Demetria Sánchez Torres y en su matrimonio procreó diez hijos. Andrés, Claudio, Donaciana, íngel, Julián, Sirenio, Margarita, Esperanza, Verulo y Marciana. En 1905 Luciano Cabrera y Avelino Salamanca nombrados por la asamblea del pueblo como sus representantes piden al archivo general de la nación las constancias históricas que contienen los derechos de las tierras de Anenecuilco. En el año de 1909, el dí­a 12 de septiembre se reúne el consejo de ancianos presididos por el entonces calpulelque Don José Merino, quien por razones de edad, solicita entregar el cargo a un joven que reúna como principales cualidades la seriedad de sus actos, sin vicios, conocedor de los problemas de su pueblo y proveniente de una familia honorable, son propuestos como candidatos: Modesto González, Bartolo Parral y Emiliano Zapata. Todos coinciden en darle el cargo de calpulelque a Emiliano Zapata, quedando como su secretario particular su primo hermano Francisco Salazar, ambos son trasladados a la sacristí­a de la iglesia donde se encontraban los documentos y tras una ardua enseñanza de 30 dí­as la cual se basaba en el estudio de los códices, y documentos históricos que demostraban la autenticidad de la tenencia de la tierra. Francisco y Emiliano aprenden así­ a amar su historia y su cultura. Cuando Emiliano Zapata se incorpora al movimiento revolucionario hace entrega de los códices, glifos y documentos a su primo Francisco Franco convirtiéndose éste en el guardián de tan valiosa documentación. Emiliano le encarga a su primo la misión de cuidar los documentos con su vida. Zapata le dice: â??con tu vida me respondes y si me fallas te cuelgo de un casahuateâ? y Chico le responde: «Mejor me muero, antes de fallarle a ti y a la causa». A la muerte de Emiliano, Francisco oculta tan valioso encargo y tiene que huir ya que es perseguido por la importancia de los papeles y no puede regresar hasta que es nombrado presidente el general Lázaro Cárdenas. En 1940 Francisco Franco junto con Jesús Sotelo Inclán prepara un libro llamado â??Raí­z y razón de Zapataâ?. Dicho libro no trajo los beneficios que ambos esperaban pero se dieron a conocer la existencia de los documentos históricos de manos de Chico Franco. La noche del domingo 20 de diciembre de 1947, la casa de Francisco Franco es tomada por asalto mientras él y su familia dormí­an, la señora Demetria y su hija la más pequeña Marciana se tiraron al piso, mientras que Esperanza, Verulo y Julio se protegieron entre bidones llenos de maí­z. Las balas traspasaron las frágiles paredes de carrizo y Franco y dos de sus hijos: Julio y Verulo, respondieron valientemente al ataque pero por desgracia salieron heridos. Otro de sus hijos, Sirenio, logró escapar entre el tiroteo, corrió dirigiéndose a tocar las campanas de la iglesia del pueblo en busca de ayuda. Mientras tanto, Chico Franco le pide a su hija Esperanza que llame a las autoridades para hablar con ellos, ya que se encontraban heridos y necesitaban ayuda médica. A las seis y media de la mañana llegó un camión de carga propiedad de un hombre apodado â??El Garnachaâ?; al camión subieron a Francisco, Julián y Verulo y los llevaron a Cuernavaca. Durante el trayecto fueron torturados para sacarles dónde estaban los documentos, pero por lealtad Francisco guardó el secreto aún a costa de su vida y la de sus hijos, así­ como de la tranquilidad del resto de su familia. Sus cuerpos fueron encontrados dos dí­as después en el Cañón de lobos muertos a bayonetazos. El 22 de diciembre de 1947 fueron enterrados en el panteón de la iglesia de San Miguel Anenecuilco donde a la fecha yacen sus restos, su hija Esperanza a un año de muertos le arranca el secreto a Antonio Nogueda en aquel entonces jefe de la judicial de Cuautla quien fuera partí­cipe también en el tiroteo, dándole los nombres de las personas que mandaron matar a su padre Francisco Franco y a sus hermanos. Estas personas fueron Nicolás Zapata, Miguel Franco, Sebastián Luna, Felipe Rodrí­guez y Don Pedro Medina. Chico Franco antes de morir le confió en secreto a su hija Esperanza dónde se encontraban los documentos.

    ( Biografí­a realizada por Diala Sánchez Aragón)

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  • José María Pino Suárez, 1869-1913

    Abogado, originario de Tenosique, Tabasco. Al terminar su carrera marchó a Yucatán, para ejercer su profesión.Dirigió el periódico El Peninsular.

    Poeta, publicó dos volúmenes: Melancolías. (1896) y Procelarias (1908). Prologó en 1904 Memorias de un alférez, de Eligio Ancona.

    Afiliado al Partido Antirreeleccionista, participó en la campaña política de Francisco I. Madero. Organizó los grupos de oposición de Tabasco y de Yucatán y participó en las negociaciones de los Tratados de Ciudad Juárez. Al estallar la revolución, se le nombró, desde Nueva Orleáns, Estados Unidos, gobernador provisional de Yucatán, cargo que ocupó del 5 de junio al 8 de agosto de 1911.

    Candidato después a gobernador constitucional, ejerció el poder del 7 de octubre al 13 de noviembre del mismo año, cuando dejó ese puesto a su cuñado para ir a la ciudad de México a ocupar la vicepresidencia de la República, cargo que ocupaba de manera simultánea al de ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, cuando fue obligado a renunciar en febrero de 1913.

    Murió asesinado junto con el presidente Madero en la ciudad de México

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  • José Vasconcelos y Madero, una historia que debe saberse

    â??No se preocupe, triunfaremos, porque toda la razón está de nuestra parteâ?, comentó confiadamente el presidente Madero a José Vasconcelos, mientras esperaban recibir la noticia de que los sublevados, atrincherados en la Ciudadela, habí­an sido derrotados. La tensión recorrí­a los pasillos del viejo Palacio Nacional y un amargo olor a traición impregnaba los salones. Posiblemente en aquel difí­cil trance â??el peor de los que habí­a enfrentado el presidente durante su corta administración-, José Vasconcelos era la única persona que verdaderamente estaba con Madero. No por su poder, ni por el cargo o la investidura, sino por la breve pero muy firme amistad que ambos hombres habí­an iniciado apenas unos años antes, en 1909. Ese febrero de 1913, Francisco I. Madero, confiaba â??como siempre lo hizo- en el triunfo de la razón.

    Entre Madero y Vasconcelos mediaban casi nueve años de diferencia. Don Panchito â??como le decí­an cariñosamente- habí­a nacido en Parras el 30 de octubre de 1873.Vasconcelos vio la luz, en la colonial Oaxaca un 27 de febrero de 1882, pero la profesión de su papá â??agente aduanal del gobierno-, llevó a la familia a vivir por varios años en la población fronteriza de Piedras Negras, donde José pasó toda su infancia y parte de su juventud. Los separaban las edades y algunos cientos de kilómetros de distancia, y sin embargo, por origen y vecindad, ambos eran de Coahuila y conocieron el modo de vida, autónomo e independiente, de los hombres del norte.

    La historia reservó un lugar privilegiado para los dos hombres cuando el porfiriato comenzaba su derrumbe. Era el año de 1909 y Francisco I. Madero recorrí­a ciudades y pueblos invitando a la gente a recuperar sus derechos polí­ticos; fundaba clubes, daba discursos, ofrecí­a entrevistas y procuraba acercarse a personas que por sus prendas morales o intelectuales podí­an servir a la causa de la democracia. Era la primera campaña polí­tica de un hombre en toda la historia de México.

    Un dí­a de julio, Francisco I. Madero llegó a la capital de la República y se presentó en el despacho jurí­dico de las calles de Isabel la Católica, donde ejercí­a el abogado José Vasconcelos. Era el primer encuentro y fue suficiente, Vasconcelos se adhirió de inmediato al antirreeleccionismo. Su propia crí­tica a la dictadura no fue el único motor de su decisión; imperó en buena medida, la personalidad de Madero. Hombre sencillo, bondadoso y agradable al trato, Don Panchito contagiaba a todos con su confianza y convicción. El joven abogado vio en Madero una cualidad que siempre admirarí­a: tení­a fe.

    Era evidente que existí­a una mutua simpatí­a, posiblemente propiciada de manera natural por el bagaje espiritual que ambos hombres tení­an arraigado desde temprana edad. Vasconcelos habí­a crecido bajo la devoción y religiosidad de su madre. Madero habí­a encontrado en el espiritismo la fuente moral sobre la cual giraban todas las decisiones de su vida pública y privada. Mas allá de las creencias de ambos, la sensibilidad que desarrolla el hombre que por convicción cree en la existencia de un â??espí­ritu superiorâ?, se manifestó en Madero y Vasconcelos, a través de su respeto irrestricto por la vida humana y todo su poder creador. Por un momento, la religión de ambos fue tan sólo la religión de una patria regenerada que pudiera llevar a la sociedad a transitar hacia su propia evolución y desarrollo.

    A partir de entonces la actividad polí­tica fue sólo un pretexto para entablar una estrecha amistad. Cuando Madero viajaba a la capital, procuraba reunirse con Vasconcelos. En un primer momento le vio dotes de orador, pero poco después descubrió la verdadera vocación del joven abogado: era notable su manejo de la pluma y le encomendó la dirección del periódico El Antirreeleccionista. â??Dí­gale a Vasconcelos â??escribió Madero- que ya sabe que todo lo que él escribe me gusta por la serenidad y el reposo que revela. [Sus] artí­culos le honran a él y a nosostros nos prestigianâ?. El abogado oaxaqueño era, sin lugar a dudas, la gran carta intelectual del maderismo.

    En noviembre de 1909 sobrevino un momento de flaqueza. Vasconcelos renunció a la causa del antirreeleccionismo y decidió alejarse de toda actividad polí­tica. Lo habí­a amedrentado el violento cierre del periódico y la orden de aprehensión girada en su contra por el gobierno porfirista. Madero lo invitó a reflexionar y a serenarse, a tomar las cosas con calma y a tener fe en el triunfo. Vasconcelos desoyó sus consejos y su renuncia fue irrevocable. Seguramente, desde su casa en San Pedro de las Colonias, Coahuila, Madero lamentó la decisión de su amigo, pero la respetó.

    Vasconcelos regresó al redil de la lucha democrática al iniciar la revolución de 1910. Decidió correr la misma suerte que don Pancho Madero y fue comisionado como agente confidencial del gobierno revolucionario en Washington. En mayo de 1911, después de la caí­da Ciudad Juárez, Vasconcelos envió un telegrama de felicitación al jefe de la revolución triunfante, y acordaron reunirse nuevamente en la ciudad de México, como en los viejos tiempos y a la hora convenida meses atrás: la hora del triunfo.

    â??Madero entró a la capital â??escribió Vasconcelos-, el siete de junio de 1911, con la apoteosis de un vencedor despojado de ejércitos… Por primera vez, la vieja Anáhuac aclamaba a un héroe cuyo signo de victoria era la libertad, y su propósito no la venganza sino la uniónâ?.

    La figura de Madero tomó otra dimensión ante los ojos de Vasconcelos, cuando el jefe de la revolución renunció a ocupar la presidencia como caudillo vencedor y optó por llegar a ella a través del voto popular. El sentimiento fue recí­proco. Madero debió admirar en su amigo la decisión de no aceptar ningún cargo en el gobierno interino para no darle más argumentos a los enemigos de la revolución. Cada uno volvió a sus asuntos. Madero a la polí­tica y Vasconcelos a su despacho jurí­dico, pero se dio tiempo para colaborar en la dirección del Partido Constitucional Progresista, que a través del voto, llevó a Madero a ocupar la presidencia de la república el 6 de noviembre de 1911.

    Desde los primeros dí­as de la nueva administración comenzaron los ataques encarnizados de la prensa capitalina. Por su amistad con Madero, Vasconcelos también fue ví­ctima de la crí­tica sin razón. Irónicamente le llamaban el â??supermuchachoâ?; lo acusaban de hacer negocios con Gustavo Madero y beneficiarse de su amistad con el presidente. Invariablemente, los periodistas malinterpretaban las declaraciones del gobierno maderista y de todos sus adeptos. Vasconcelos, finalmente abogado, se defendí­a con habilidad y siempre tení­a alguna frase mordaz con la que iniciaba sus declaraciones: â??Miren ustedes, pongan mucha atención en lo que digo, no vaya a ser que un dí­a terminen acusándome del parto de sus mujeresâ?.

    Alejado del gobierno, Vasconcelos se convirtió en una especie de consejero del presidente Madero. Varios dí­as de la semana se les veí­a conversar mientras caminaban tranquilamente por las calles de la ciudad de México. En otras ocasiones, Vasconcelos acudí­a al Castillo de Chapultepec a desayunar con el presidente y su esposa, doña Sara Pérez. Luego de los alimentos se tomaban algunas horas para comentar las noticias del dí­a. No faltaban los paseos dominicales a caballo, donde Madero dejaba en claro que pese a vivir en la gran ciudad de México, no olvidaba las artes del buen jinete aprendidas en sus años de juventud en Parras y San Pedro de las Colonias.

    A los ojos de la sociedad mexicana â??acostumbrada al servilismo de la dictadura- Madero parecí­a todo, menos un presidente. No usaba escoltas ni hací­a ostentación de la investidura; no abusaba del poder, ni era autoritario, y sin embargo, â??toda una sociedad podrida -escribió tiempo después Vasconcelos- parecí­a resentir nuestro esfuerzo por regenerarla. Y en efecto ¿a dónde iban a parar cien años de historia sombrí­a si de repente un Madero, sin hazañas de sangre, levantaba el nivel nacional, iluminaba los bajos fondos de nuestro destino?â?

    Extrañaba ver al presidente asistiendo al teatro, a los museos, a la temporada de conciertos y conmoverse con la obertura 1812: â??él, que era un creyente del pueblo, un enamorado de sus entusiasmos y epopeyas, reconocí­a en aquella música la gloriosa aventura reciente del pueblo mexicanoâ? apuntó Vasconcelos. Al parecer no agradaba un â??hombre fuerte con generosidadâ?, ni un soñador y mucho menos un humanista, virtudes todas que reuní­a Madero. No pocos murmuraron que las lágrimas arrojadas por el presidente en los funerales de Justo Sierra en septiembre de 1912, eran contrarias a la dignidad de su cargo.

    Aquél 12 de febrero de 1913, en que esperaban la rendición de los sublevados, Vasconcelos se encontraba con Madero. El presidente le confió sus planes a futuro: â??luego que pase esto cambiaré el Gabinete. Sobre ustedes los jóvenes caerá ahora la responsabilidad. Esto se resuelve en unos dí­as, y en seguida reharemos el gobierno, tenemos que triunfar porque representamos el bienâ?. Fue la última vez que Vasconcelos vio a su amigo. El dí­a 18, Madero y Pino Suárez fueron aprehendidos en Palacio Nacional. Bajo presión, presidente y vicepresidente renunciaron a sus cargos y el 22 de febrero se consumó el crimen: Madero y Pino Suárez fueron asesinados por órdenes de Victoriano Huerta confabulado con el embajador norteamericano Henry Lane Wilson.

    Al enterarse del magnicidio, Vasconcelos lloró amargamente. El resto de su vida lamentarí­a el sacrificio que la nación mexicana habí­a cometido y buscarí­a â??sin suerte- reivindicarlo en las diversas instancias del poder que llegó a ocupar. Años después, Vasconcelos escribió: â??México y todos sus hijos volví­amos a entrar en la noche… De la penumbra saldrí­a Madero, limpio y glorioso, cometa rutilante de la historia patria. Pero la nación caerí­a en abismos que todaví­a no sobrepasaâ?.

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