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  • Al Fin… Por Dr. Niebla

    Playstation y yo hemos sido compañeros desde hace algún tiempo. No sé a ciencia cierta qué es lo que tiene la franquicia de Sony que me ha hecho su fiel seguidor desde el lanzamiento del PSOne, pasando por el PS2 y el ahora el obligado PS3.

    Aún cuando el Playstation Network ha demostrado no ser tan versátil como el Xbox Live, aún cuando se perdieron muchos de los juegos exclusivos, aún cuando a los pocos meses de que compré el PS3 Sony decidió sacar una versión de su consola, más compacta y económica, mi lealtad no ha disminuido.

    Imaginen entonces mi emoción cuando descubrí­, tres años después del lanzamiento del PS3, que al fin Sony sacaba tarjetas prepagadas del Playstation Network. ¡Qué Ilusión! De inmediato me lancé a la tienda departamental más cercana a comprar mi primera tarjeta de 20 dólares. Llegué a la casa, prendí­ mi Play y, por mero interés filológico, me puse a leer la parte de atrás de la tarjeta y caí­ en una total desilusión.

    Resulta ser que para poder usar una de las tarjetas prepagadas del Playstation Network, debo de tener una cuenta registrada en el paí­s donde compré la tarjeta; resulta ser que cuando compré el PS3, México ni siquiera figuraba como una opción en el registro de la cuenta; resulta ser que no puedes cambiar la nacionalidad de una cuenta; y resulta ser que la primera cuenta que abres en tu PS3 es la cuenta con la que queda registrado. Demonios.

    Aún así­, negándome rotundamente al fracaso, marqué el número 800 que viene con las instrucciones de cómo abonar el dinero al â??walletâ? del PSN. Un joven me indicó que mi problema tení­a solución, que lo único que tení­a que hacer era crear otra cuenta, una en México, y tener las dos en mi consola, alternando entre ellas cuando quisiera comprar alguna cosa, bajo el entendido de que lo que comprara en una no podrí­a ser utilizado en la otra.

    Así­ lo hice. Cree mi nueva cuenta, descargué mi primero juego de PSOne â??uno de mis favoritos: el Syphon Filterâ?? y fui feliz por unos instantes. Poco me durarí­a el gusto, pues de inmediato una duda asaltó mi mente: ¿cómo le iba a hacer con los contenidos descargables? A final de cuentas estaba esperando las tarjetas de prepago para poder adquirir los DLC (Downloadable Content) del Assassins Creed 2 y ese juego estaba ya terminado en mi otra cuenta, la de los Estados Unidos.

    Intenté una acción desesperada e infructí­fera: copiar los juegos salvados de un perfil al otro. No funcionó. Medio triste, medio frustrado y medio que me llevaba la (inserte palabra con C aquí­), me di cuenta de que si querí­a jugar los DLC del Assassins, y de otros juegos, tendrí­a que volverlos a jugar, terminarlos y entonces instalar el contenido extra. Frustración

    Al terminar de hacer berrinches con el Playstation y de volver a comenzar algunos de mis juegos favoritos â??que coincide con que son los más largosâ?? apagué el PS3, encendí­ el Xbox, entre al Live, bajé un juego sin mayores problemas y comencé a odiar un poco a Microsoft y un mucho a Sony. ¿Por qué el Xbox tiene un mejor sistema de red? ¿Por qué Sony no es capaz de sacar productos que sirvan en todo el mundo, condenándonos a los latinoamericanos a años de espera y terribles frustraciones? ¿Por qué lo único que vale la pena de la tienda Playstation Network son unos cuantos juegos originales y los juegos clásicos de PSOne? ¿Por qué una cuenta no funciona para todas las tiendas? ¿Por qué me hace esto a mí­ Sony, yo que le he sido tan fiel por tanto tiempo? Y la pregunta que me causa insomnio: ¿Por qué a pesar de todo esto sigo enamorado de mi PS3, al punto en que no me importa que tan chafa sea la tienda o el Network, o que el nuevo PS3 sea más compacto y estético, o que el PS Home se vea horrible, o que estoy atorado con un PSP que pesa como un ladrillo mientras todos los demás tienen un modelo más nuevo y ligero? No tengo respuestas, sólo una vaga y terrible sospecha de que lo mí­o es una relación sadomasoquista con Sony.

    Rodrigo (Dr. Niebla) Castañeda