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  • Francisco Franco Salazar

    Francisco Franco Salazar nació en San Miguel Anenecuilco el 4 de octubre de 1879. Sus padres fueron Lucio Franco y Crispina Salazar, hermana de Cleofas Salazar madre de Emiliano Zapata Salazar. Fue el mayor de sus hermanos: Cresencio, Miguel, Emiliana y Leonor, Irinea y Paula. Chico Franco estudió en la escuela de Anenecuilco y fue primo hermano de Emiliano Zapata, ambos fueron compañeros inseparables desde su infancia hasta la madurez, viviendo juntos innumerables aventuras. Se casó con Demetria Sánchez Torres y en su matrimonio procreó diez hijos. Andrés, Claudio, Donaciana, íngel, Julián, Sirenio, Margarita, Esperanza, Verulo y Marciana. En 1905 Luciano Cabrera y Avelino Salamanca nombrados por la asamblea del pueblo como sus representantes piden al archivo general de la nación las constancias históricas que contienen los derechos de las tierras de Anenecuilco. En el año de 1909, el dí­a 12 de septiembre se reúne el consejo de ancianos presididos por el entonces calpulelque Don José Merino, quien por razones de edad, solicita entregar el cargo a un joven que reúna como principales cualidades la seriedad de sus actos, sin vicios, conocedor de los problemas de su pueblo y proveniente de una familia honorable, son propuestos como candidatos: Modesto González, Bartolo Parral y Emiliano Zapata. Todos coinciden en darle el cargo de calpulelque a Emiliano Zapata, quedando como su secretario particular su primo hermano Francisco Salazar, ambos son trasladados a la sacristí­a de la iglesia donde se encontraban los documentos y tras una ardua enseñanza de 30 dí­as la cual se basaba en el estudio de los códices, y documentos históricos que demostraban la autenticidad de la tenencia de la tierra. Francisco y Emiliano aprenden así­ a amar su historia y su cultura. Cuando Emiliano Zapata se incorpora al movimiento revolucionario hace entrega de los códices, glifos y documentos a su primo Francisco Franco convirtiéndose éste en el guardián de tan valiosa documentación. Emiliano le encarga a su primo la misión de cuidar los documentos con su vida. Zapata le dice: â??con tu vida me respondes y si me fallas te cuelgo de un casahuateâ? y Chico le responde: «Mejor me muero, antes de fallarle a ti y a la causa». A la muerte de Emiliano, Francisco oculta tan valioso encargo y tiene que huir ya que es perseguido por la importancia de los papeles y no puede regresar hasta que es nombrado presidente el general Lázaro Cárdenas. En 1940 Francisco Franco junto con Jesús Sotelo Inclán prepara un libro llamado â??Raí­z y razón de Zapataâ?. Dicho libro no trajo los beneficios que ambos esperaban pero se dieron a conocer la existencia de los documentos históricos de manos de Chico Franco. La noche del domingo 20 de diciembre de 1947, la casa de Francisco Franco es tomada por asalto mientras él y su familia dormí­an, la señora Demetria y su hija la más pequeña Marciana se tiraron al piso, mientras que Esperanza, Verulo y Julio se protegieron entre bidones llenos de maí­z. Las balas traspasaron las frágiles paredes de carrizo y Franco y dos de sus hijos: Julio y Verulo, respondieron valientemente al ataque pero por desgracia salieron heridos. Otro de sus hijos, Sirenio, logró escapar entre el tiroteo, corrió dirigiéndose a tocar las campanas de la iglesia del pueblo en busca de ayuda. Mientras tanto, Chico Franco le pide a su hija Esperanza que llame a las autoridades para hablar con ellos, ya que se encontraban heridos y necesitaban ayuda médica. A las seis y media de la mañana llegó un camión de carga propiedad de un hombre apodado â??El Garnachaâ?; al camión subieron a Francisco, Julián y Verulo y los llevaron a Cuernavaca. Durante el trayecto fueron torturados para sacarles dónde estaban los documentos, pero por lealtad Francisco guardó el secreto aún a costa de su vida y la de sus hijos, así­ como de la tranquilidad del resto de su familia. Sus cuerpos fueron encontrados dos dí­as después en el Cañón de lobos muertos a bayonetazos. El 22 de diciembre de 1947 fueron enterrados en el panteón de la iglesia de San Miguel Anenecuilco donde a la fecha yacen sus restos, su hija Esperanza a un año de muertos le arranca el secreto a Antonio Nogueda en aquel entonces jefe de la judicial de Cuautla quien fuera partí­cipe también en el tiroteo, dándole los nombres de las personas que mandaron matar a su padre Francisco Franco y a sus hermanos. Estas personas fueron Nicolás Zapata, Miguel Franco, Sebastián Luna, Felipe Rodrí­guez y Don Pedro Medina. Chico Franco antes de morir le confió en secreto a su hija Esperanza dónde se encontraban los documentos.

    ( Biografí­a realizada por Diala Sánchez Aragón)

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  • José María Pino Suárez, 1869-1913

    Abogado, originario de Tenosique, Tabasco. Al terminar su carrera marchó a Yucatán, para ejercer su profesión.Dirigió el periódico El Peninsular.

    Poeta, publicó dos volúmenes: Melancolías. (1896) y Procelarias (1908). Prologó en 1904 Memorias de un alférez, de Eligio Ancona.

    Afiliado al Partido Antirreeleccionista, participó en la campaña política de Francisco I. Madero. Organizó los grupos de oposición de Tabasco y de Yucatán y participó en las negociaciones de los Tratados de Ciudad Juárez. Al estallar la revolución, se le nombró, desde Nueva Orleáns, Estados Unidos, gobernador provisional de Yucatán, cargo que ocupó del 5 de junio al 8 de agosto de 1911.

    Candidato después a gobernador constitucional, ejerció el poder del 7 de octubre al 13 de noviembre del mismo año, cuando dejó ese puesto a su cuñado para ir a la ciudad de México a ocupar la vicepresidencia de la República, cargo que ocupaba de manera simultánea al de ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, cuando fue obligado a renunciar en febrero de 1913.

    Murió asesinado junto con el presidente Madero en la ciudad de México

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  • José Vasconcelos y Madero, una historia que debe saberse

    â??No se preocupe, triunfaremos, porque toda la razón está de nuestra parteâ?, comentó confiadamente el presidente Madero a José Vasconcelos, mientras esperaban recibir la noticia de que los sublevados, atrincherados en la Ciudadela, habí­an sido derrotados. La tensión recorrí­a los pasillos del viejo Palacio Nacional y un amargo olor a traición impregnaba los salones. Posiblemente en aquel difí­cil trance â??el peor de los que habí­a enfrentado el presidente durante su corta administración-, José Vasconcelos era la única persona que verdaderamente estaba con Madero. No por su poder, ni por el cargo o la investidura, sino por la breve pero muy firme amistad que ambos hombres habí­an iniciado apenas unos años antes, en 1909. Ese febrero de 1913, Francisco I. Madero, confiaba â??como siempre lo hizo- en el triunfo de la razón.

    Entre Madero y Vasconcelos mediaban casi nueve años de diferencia. Don Panchito â??como le decí­an cariñosamente- habí­a nacido en Parras el 30 de octubre de 1873.Vasconcelos vio la luz, en la colonial Oaxaca un 27 de febrero de 1882, pero la profesión de su papá â??agente aduanal del gobierno-, llevó a la familia a vivir por varios años en la población fronteriza de Piedras Negras, donde José pasó toda su infancia y parte de su juventud. Los separaban las edades y algunos cientos de kilómetros de distancia, y sin embargo, por origen y vecindad, ambos eran de Coahuila y conocieron el modo de vida, autónomo e independiente, de los hombres del norte.

    La historia reservó un lugar privilegiado para los dos hombres cuando el porfiriato comenzaba su derrumbe. Era el año de 1909 y Francisco I. Madero recorrí­a ciudades y pueblos invitando a la gente a recuperar sus derechos polí­ticos; fundaba clubes, daba discursos, ofrecí­a entrevistas y procuraba acercarse a personas que por sus prendas morales o intelectuales podí­an servir a la causa de la democracia. Era la primera campaña polí­tica de un hombre en toda la historia de México.

    Un dí­a de julio, Francisco I. Madero llegó a la capital de la República y se presentó en el despacho jurí­dico de las calles de Isabel la Católica, donde ejercí­a el abogado José Vasconcelos. Era el primer encuentro y fue suficiente, Vasconcelos se adhirió de inmediato al antirreeleccionismo. Su propia crí­tica a la dictadura no fue el único motor de su decisión; imperó en buena medida, la personalidad de Madero. Hombre sencillo, bondadoso y agradable al trato, Don Panchito contagiaba a todos con su confianza y convicción. El joven abogado vio en Madero una cualidad que siempre admirarí­a: tení­a fe.

    Era evidente que existí­a una mutua simpatí­a, posiblemente propiciada de manera natural por el bagaje espiritual que ambos hombres tení­an arraigado desde temprana edad. Vasconcelos habí­a crecido bajo la devoción y religiosidad de su madre. Madero habí­a encontrado en el espiritismo la fuente moral sobre la cual giraban todas las decisiones de su vida pública y privada. Mas allá de las creencias de ambos, la sensibilidad que desarrolla el hombre que por convicción cree en la existencia de un â??espí­ritu superiorâ?, se manifestó en Madero y Vasconcelos, a través de su respeto irrestricto por la vida humana y todo su poder creador. Por un momento, la religión de ambos fue tan sólo la religión de una patria regenerada que pudiera llevar a la sociedad a transitar hacia su propia evolución y desarrollo.

    A partir de entonces la actividad polí­tica fue sólo un pretexto para entablar una estrecha amistad. Cuando Madero viajaba a la capital, procuraba reunirse con Vasconcelos. En un primer momento le vio dotes de orador, pero poco después descubrió la verdadera vocación del joven abogado: era notable su manejo de la pluma y le encomendó la dirección del periódico El Antirreeleccionista. â??Dí­gale a Vasconcelos â??escribió Madero- que ya sabe que todo lo que él escribe me gusta por la serenidad y el reposo que revela. [Sus] artí­culos le honran a él y a nosostros nos prestigianâ?. El abogado oaxaqueño era, sin lugar a dudas, la gran carta intelectual del maderismo.

    En noviembre de 1909 sobrevino un momento de flaqueza. Vasconcelos renunció a la causa del antirreeleccionismo y decidió alejarse de toda actividad polí­tica. Lo habí­a amedrentado el violento cierre del periódico y la orden de aprehensión girada en su contra por el gobierno porfirista. Madero lo invitó a reflexionar y a serenarse, a tomar las cosas con calma y a tener fe en el triunfo. Vasconcelos desoyó sus consejos y su renuncia fue irrevocable. Seguramente, desde su casa en San Pedro de las Colonias, Coahuila, Madero lamentó la decisión de su amigo, pero la respetó.

    Vasconcelos regresó al redil de la lucha democrática al iniciar la revolución de 1910. Decidió correr la misma suerte que don Pancho Madero y fue comisionado como agente confidencial del gobierno revolucionario en Washington. En mayo de 1911, después de la caí­da Ciudad Juárez, Vasconcelos envió un telegrama de felicitación al jefe de la revolución triunfante, y acordaron reunirse nuevamente en la ciudad de México, como en los viejos tiempos y a la hora convenida meses atrás: la hora del triunfo.

    â??Madero entró a la capital â??escribió Vasconcelos-, el siete de junio de 1911, con la apoteosis de un vencedor despojado de ejércitos… Por primera vez, la vieja Anáhuac aclamaba a un héroe cuyo signo de victoria era la libertad, y su propósito no la venganza sino la uniónâ?.

    La figura de Madero tomó otra dimensión ante los ojos de Vasconcelos, cuando el jefe de la revolución renunció a ocupar la presidencia como caudillo vencedor y optó por llegar a ella a través del voto popular. El sentimiento fue recí­proco. Madero debió admirar en su amigo la decisión de no aceptar ningún cargo en el gobierno interino para no darle más argumentos a los enemigos de la revolución. Cada uno volvió a sus asuntos. Madero a la polí­tica y Vasconcelos a su despacho jurí­dico, pero se dio tiempo para colaborar en la dirección del Partido Constitucional Progresista, que a través del voto, llevó a Madero a ocupar la presidencia de la república el 6 de noviembre de 1911.

    Desde los primeros dí­as de la nueva administración comenzaron los ataques encarnizados de la prensa capitalina. Por su amistad con Madero, Vasconcelos también fue ví­ctima de la crí­tica sin razón. Irónicamente le llamaban el â??supermuchachoâ?; lo acusaban de hacer negocios con Gustavo Madero y beneficiarse de su amistad con el presidente. Invariablemente, los periodistas malinterpretaban las declaraciones del gobierno maderista y de todos sus adeptos. Vasconcelos, finalmente abogado, se defendí­a con habilidad y siempre tení­a alguna frase mordaz con la que iniciaba sus declaraciones: â??Miren ustedes, pongan mucha atención en lo que digo, no vaya a ser que un dí­a terminen acusándome del parto de sus mujeresâ?.

    Alejado del gobierno, Vasconcelos se convirtió en una especie de consejero del presidente Madero. Varios dí­as de la semana se les veí­a conversar mientras caminaban tranquilamente por las calles de la ciudad de México. En otras ocasiones, Vasconcelos acudí­a al Castillo de Chapultepec a desayunar con el presidente y su esposa, doña Sara Pérez. Luego de los alimentos se tomaban algunas horas para comentar las noticias del dí­a. No faltaban los paseos dominicales a caballo, donde Madero dejaba en claro que pese a vivir en la gran ciudad de México, no olvidaba las artes del buen jinete aprendidas en sus años de juventud en Parras y San Pedro de las Colonias.

    A los ojos de la sociedad mexicana â??acostumbrada al servilismo de la dictadura- Madero parecí­a todo, menos un presidente. No usaba escoltas ni hací­a ostentación de la investidura; no abusaba del poder, ni era autoritario, y sin embargo, â??toda una sociedad podrida -escribió tiempo después Vasconcelos- parecí­a resentir nuestro esfuerzo por regenerarla. Y en efecto ¿a dónde iban a parar cien años de historia sombrí­a si de repente un Madero, sin hazañas de sangre, levantaba el nivel nacional, iluminaba los bajos fondos de nuestro destino?â?

    Extrañaba ver al presidente asistiendo al teatro, a los museos, a la temporada de conciertos y conmoverse con la obertura 1812: â??él, que era un creyente del pueblo, un enamorado de sus entusiasmos y epopeyas, reconocí­a en aquella música la gloriosa aventura reciente del pueblo mexicanoâ? apuntó Vasconcelos. Al parecer no agradaba un â??hombre fuerte con generosidadâ?, ni un soñador y mucho menos un humanista, virtudes todas que reuní­a Madero. No pocos murmuraron que las lágrimas arrojadas por el presidente en los funerales de Justo Sierra en septiembre de 1912, eran contrarias a la dignidad de su cargo.

    Aquél 12 de febrero de 1913, en que esperaban la rendición de los sublevados, Vasconcelos se encontraba con Madero. El presidente le confió sus planes a futuro: â??luego que pase esto cambiaré el Gabinete. Sobre ustedes los jóvenes caerá ahora la responsabilidad. Esto se resuelve en unos dí­as, y en seguida reharemos el gobierno, tenemos que triunfar porque representamos el bienâ?. Fue la última vez que Vasconcelos vio a su amigo. El dí­a 18, Madero y Pino Suárez fueron aprehendidos en Palacio Nacional. Bajo presión, presidente y vicepresidente renunciaron a sus cargos y el 22 de febrero se consumó el crimen: Madero y Pino Suárez fueron asesinados por órdenes de Victoriano Huerta confabulado con el embajador norteamericano Henry Lane Wilson.

    Al enterarse del magnicidio, Vasconcelos lloró amargamente. El resto de su vida lamentarí­a el sacrificio que la nación mexicana habí­a cometido y buscarí­a â??sin suerte- reivindicarlo en las diversas instancias del poder que llegó a ocupar. Años después, Vasconcelos escribió: â??México y todos sus hijos volví­amos a entrar en la noche… De la penumbra saldrí­a Madero, limpio y glorioso, cometa rutilante de la historia patria. Pero la nación caerí­a en abismos que todaví­a no sobrepasaâ?.

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  • Gustavo A. Madero

    Originario de Parras de la Fuente, Coahuila, Gustavo Adolfo Madero fue hermano de Francisco Ignacio Madero. Empresario y polí­tico, apoyó la lucha antirreeleccionista desde 1909.

    Al estallar la revolución mexicana el 20 de noviembre de 1910, fue comisionado para negociar empréstitos en Estados Unidos con la intención de financiar el movimiento armado. Apoyó a la revolución con 600 mil dólares de su peculio.

    Una vez derrocado Porfirio Dí­az, Gustavo se encargó de la organización del Partido Constitucional Progresista, que sustituyó al Partido Antirreeleccionista, el cual llevó a la presidencia de la República a Francisco I. Madero en noviembre de 1911. Gustavo fue elegido diputado para la XXVI Legislatura y encabezó la oposición contra la vieja guardia porfirista dentro del Congreso.

    Durante el régimen maderista (1911-1913) fundó el periódico Nueva Era para contrarrestar los ataques que la vieja prensa porfirista lanzaba contra la presidencia de Madero. Por entonces, se hizo famosa su frase: â??muerden la mano que les quitó el bozalâ?, refiriéndose a los periodistas que durante la dictadura recibí­an dinero para escribir a favor del gobierno porfirista, las cuales canceló la nueva administración. La mayor parte de los encarnizados ataques de la prensa se dirigieron contra su persona y fue apodado â??Ojo paradoâ?, debido a que durante su infancia, habí­a perdido un ojo que sustituyó con uno de vidrio.

    Gustavo Madero fue un crí­tico del régimen de su hermano, a quien recomendó retirar del gabinete a varios ministros que obstaculizaban las reformas revolucionarias, entre ellos se encontraban su tí­o Ernesto Madero y su primo Rafael Hernández.

    Debido al encono que provocó su cercaní­a con el gobierno de su hermano, el presidente Madero decidió enviarlo como embajador de México en Japón a principios de 1913. Sin embargo, el inicio de la Decena Trágica lo impidió. Fue testigo de la rebelión armada contra el gobierno de Francisco I. Madero por parte de los generales Manuel Mondragón, Félix Dí­az y Bernardo Reyes.

    A pesar de las continuas advertencias que Gustavo le hizo al presidente Madero sobre la traición de Huerta, don Francisco nunca le prestó atención y la tarde del 18 de febrero los dos hermanos Madero, José Marí­a Pino Suárez y el general Felipe íngeles fueron aprehendidos en distintos lugares de la ciudad de México. Esa noche, Gustavo fue trasladado a la Ciudadela y ahí­ fue brutalmente asesinado.

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  • La muerte me pela los dientes … Francisco Villa

    Según reza la leyenda, el Carretero de la Muerte es aquel individuo que habiendo fallecido en el último segundo del 31 de diciembre, tiene la misión de recorrer el mundo recogiendo -en su silenciosa carreta- las almas de todos aquellos seres que fallecen durante los 12 meses del año. Su paso es firme y exacto, marcado por cada segundo que transcurre para llegar con puntualidad a su cita: la muerte espera al final del camino.
    Podemos suponer que en México, el Carretero de la Muerte detiene momentáneamente su andar, el 1 y 2 de noviembre. Por una vieja tradición pagano-religiosa son dí­as de fiesta: el culto a los muertos se hace presente; florecen los altares alrededor de los retratos de los antepasados difuntos que parecen advertir: «Como te ves me ví­…».

    Pero es posible que la Muerte se detenga por otro motivo: la reflexión por el sino fatal, la vocación mortuoria, la tradición funeraria que envuelve a la historia de México. Indudablemente la Muerte está presente en todas las épocas y en todos los pasajes de la historia universal. Sin embargo, en México hay casos muy concretos que demuestran que la Muerte ronda en el aire con especial predilección sobre ciertos individuos y por momentos los ha cubierto con su manto, algunas veces rozándolos, otras, tocándolos en forma definitiva.

    LAS APROXIMACIONES

    ¿Qué factores influyen para que un hombre común se acerque tanto a la Muerte pero logre evadirla? La Muerte encuentra en la fortuna a una de sus principales rivales. El último minuto de vida tiene que llegar fatalmente. Pero en ocasiones la fortuna, para bien o para mal, le arrebata algo de tiempo:

    Una broma cruel jugó la fortuna, la muerte -y Juárez- a Maximiliano, Miramón y Mejí­a. Confirmada la pena capital para el 16 de junio de 1867, los reos fueron puestos en capilla; momentos antes de ser conducidos al lugar señalado para la ejecución, ésta se pospuso para tres dí­as después. El 19 de junio, fecha en que fueron fusilados ya estaban muertos. Murieron dos veces.

    Durante su vida el general Manuel González fue herido en 17 ocasiones -sable, bala, metralla-, perdió un brazo, le abrieron el muñón durante otro combate… fue un gran militar y llegó a ser presidente de México (1880-1884). Ninguna de sus 17 heridas lo llevó a la tumba. Falleció de causas naturales en su vieja hacienda de Chapingo.

    ¿Qué hubiera sido de la Revolución si Pancho Villa hubiera muerto en sus inicios? En 1912, por órdenes de Huerta, Villa fue colocado frente al pelotón del fusilamiento; en el último momento, cuando se disponí­a la ejecución, llegó el perdón de Madero a través de uno de sus hermanos.

    1915. Herido por una granada, Obregón cayó al suelo sin un brazo; retorciéndose de dolor, sacó su pistola, la colocó sobre su cabeza y jaló el gatillo… estaba descargada -un dí­a antes habí­a sido limpiada por su asistente. Cuando el teniente coronel Jesús M. Garza se dió cuenta de las intenciones del general, le arrebató la pistola y lo condujo ante el médico. Tiempo después y por otras circunstancias, Garza se suicidó.

    CUANDO EL ALMA DEL CUERPO SE DESPRENDE…

    Para aquellos estudiosos de las cuestiones parapsicológicas, la personalidad de ílvaro Obregón merece un acercamiento. Además de su frustrado intento de suicidio, otras experiencias de su vida muestran un contacto cercano, la clara presencia de la muerte, por lo menos en tres ocasiones.

    Obregón así­ lo percibí­a. En 1909 escribió un poema titulado Fuegos fatuos, cuyas primeras estrofas revelan la personalidad de un hombre desdeñoso del tránsito fí­sico, terrenal, pero -implí­citamente- convencido de la existencia de otra vida, marcada por el plano espiritual:

    «Cuando el alma del cuerpo se desprende / y en el espacio asciende, / las bóvedas celestes escalando, / las almas de otros mundos interroga/ y con ellas dialoga, / para volver al cuerpo sollozando/ sí­, sollozando al ver de la materia / la asquerosa miseria/con que la humanidad, en su quebranto,/ arrastra tanta vanidad sin fruto, / olvidando el tributo / que tiene que rendir al camposanto.»

    El espiritismo fue una doctrina que tuvo toda la formalidad y el impacto de una corriente filosófica en Estados Unidos y Europa durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX. En México, el espiritismo practicado por Francisco I. Madero fue el argumento utilizado por sus enemigos, para tildarlo de â??chifladoâ?. Convencido de las doctrinas básicas espí­ritas -contenidas en obras como El Evangelio según el espiritismo o El libro de los espiritus- y seguidor de su principal profeta -Allan Kardec-, Madero fue medium escribiente. Su comunicación con los espí­ritus y las bondades del espiritismo -justicia, fraternidad, libertad- influyeron en cierta medida en que abrazara la causa de la democracia.

    Más asombroso -pero menos conocido- que el espiritismo de Madero fue el espiritismo ortodoxo que Plutarco Elí­as Calles abrazó en los últimos años de su vida. Calles, el mismo hombre que habí­a tratado de â??extirpar la fe católica de Méxicoâ?, en el ocaso de su vida concurrí­a â??religiosamenteâ? al cí­rculo de investigaciones metapsí­quicas de México. Donde se comunicaba con almas que recorrí­an los diferentes planos metafí­sicos. Desde ese lugar, hizo la única profesión de fe de toda su existencia: creyó en otra vida. Ambos recurrí­an a la muerte… como fuente de vida.
    LOS RESTOS

    La Muerte ha de sonreí­r cuando piensa que el último instante de vida y el paso a otra, supone â??descansar en paz y eternamenteâ?. ¿Ya descansan en paz los restos mortales de los personajes de nuestra historia? Algunos solamente. Tan azarosa fue su vida como lo ha sido su muerte.

    El culto a los muertos y la mitificación de la historia -la idea de rendir honores a los personajes que han contribuido a formar la patria- han impedido que muchos de ellos finalmente descansen en paz. La fijación de hacer monumentos, crear urnas especiales, esculpir enormes estatuas con notorios pedestales para depositar los restos, han creado una especie de nomadaje mortuorio.

    El sentimiento antiespañol al grito de â??mueran los gachupinesâ?, enarbolado por algunos grupos radicales durante los primeros años del México independiente -que culminó con la expulsión de españoles-, propició una persecución sobre los restos de Cortés, sólo evitada gracias a la intervención de Lucas Alamán, quien pudo esconderlos y ponerlos a salvo de la turba enardecida.

    Los héroes de la Independencia no corrieron con mejor suerte. Al momento de morir fusilados, Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron decapitados y sus cabezas expuestas públicamente durante 10 años. Al consumarse la Independencia pudieron reunirse los restos de los principales insurgentes, mismos que fueron cambiados de sitio en varias ocasiones. El peregrinar de los restos y las malas condiciones en que se encontraban propició una investigación (1911) para identificar de quién eran cráneos, fémures y demás huesos que se encontraban en la urna. La odisea terminó cuando fueron trasladados al íngel de la Independencia (1925), pero con una nueva baja entre las filas insurgentes: los restos de Morelos desaparecieron y hasta la fecha se desconoce su paradero.

    Con excepción de su pierna, Santa Anna podrí­a decirse que â??casiâ? descansa en paz -aunque para muchos no lo merezca. Perdida durante la guerra de los pasteles (1838) -unas veces honrada, otras vituperada al grado de ser arrastrada por las calles de la ciudad- su pierna se perdió en el convulsionado México del siglo XIX. Siendo ya un viejo, algunos charlatanes lo visitaban para ofrecerle su â??auténticaâ? pierna, misma que compró varias veces. Nunca la recuperó.

    La admiración por una persona puede rebasar los lí­mites de su vida y seguir hasta en la muerte. Tal fue la última voluntad del presidente Anastasio Bustamante: que su cuerpo fuera sepultado, pero su corazón, colocado en una urna, reposara junto a los restos de Agustí­n de Iturbide. Y así­ fue, en la capilla de San Felipe de Jesús de la Catedral Metropolitana, bajo el osario de Iturbide se encuentra la urna con el corazón de Bustamante.

    Si la admiración puede ser eterna, la rivalidad también. Durante los últimos meses del Imperio de Maximiliano, Miramón estuvo a unas cuadras de capturar a Juárez (Zacatecas, 1867); lo habrí­a fusilado. Juárez aprehendió a Miramón y fue ejecutado. El panteón de San Fernando recogió los restos de ambos, pero ni muertos podí­an estar juntos. Al regresar a México, Concha Lombardo de Miramón -esposa del general- se indignó de saber que su esposo yací­a a unos cuantos metros de Juárez. Exhumó el cuerpo de su marido, para llevarlo lejos del zapoteca; sus restos ya descansan en la Catedral de Puebla.

    A pesar de su violentí­sima muerte -asesinado con balas expansivas- Pancho Villa tuvo una cristiana sepultura y descansó en paz por algunos años. Una noche, desconocidos entraron al panteón donde fuera sepultado; su tumba fue violada. A la mañana siguiente, el cuerpo del Centauro apareció sin cabeza. Nadie sabe qué fue de ella. Las malas lenguas cuentan que fueron los gringos, quienes querí­an analizar su cerebro, para saber qué tení­a en la cabeza, aquel hombre que se atrevió a invadir su territorio.

    Hay un grupo de personajes, cuyos restos, evidientemente, no alcanzarán el descanso -al menos dentro de su fosa. Ellos son los jefes de la revolución. Paradójicas resultan la historia y la muerte; la primera se encargó de separarlos haciéndolos irreconciliables enemigos; la segunda se ha encargado de juntar sus restos -bromas de la vida ¿o de la muerte?

    Zapata fue intransigente; Carranza mandó matar a Zapata; Obregón mandó asesinar a Carranza y luego a Villa; antes Villa le habí­a hecho la vida «de cuadritos» a Carranza. Calles mandó asesinar a Obregón y Cárdenas expulsó del paí­s a Calles. Algún funcionario, hijo de la familia revolucionaria, tuvo la brillante idea de juntarlos, y todos -con excepción de Zapata – fueron trasladados al monumento de la Revolución. ¿Cómo podrí­an descansar sabiendo que los enemigos ocupan un lugar cercano?

    Muda testigo de la historia: La Muerte. Su manto va cubriendo todo y tras su estela fúnebre, se perciben fuegos fatuos que danzan entre los sauces y lápidas del cementerio: cuando cae la tarde:

    â??Allí­ donde el monarca y el mendigo / uno de otro es amigo; / donde se acaban vanidad y encono; / allí­ donde se junta al opulento/el haraposo hambriento / para dar a la tierrra el mismo abono…

    Allí­ todo es igual; ya en el calvario / es igual el osario; / y aunque distintos sus linajes sean, de hombres, mujeres, viejos y creaturas, / en las noches obscuras / los fuegos fatuos juntos se paseanâ?.

  • Carlota, Fabio y la del cuarto de arriba. Por Ana Laura Martinez

    Para muchos las fiestas del bicentenario de México fueron motivo de celebración, para mi fueron días de mucha reflexión. La reflexión comenzó el martes 14 de septiembre aproximadamente a las 8:00pm, justo a la hora en la que llegué de trabajar. Al entrar a mi casa, mi actividad próxima a la llegada a mi cuarto era alimentar a Carlota y Fabio, actividad que se vió interrumpida por un suceso inesperado.

    Es importante mencionar que hasta el martes 14 de septiembre me encontraba viviendo en una casa de huéspedes en la Condesa, éramos 12 mujeres, cada quien con su cuarto individual y yo compartía el baño con la del cuarto de arriba.

    Mi contacto con la del cuarto de arriba no pasaba de un hola, adiós y ¿como estuvo tu día,? pero ese contacto mínimo se llevo acabo por 5 meses. La cotidianidad de esa convivencia no me proporcionaba mas que una sonrisa en las mañanas cuando me o le pronunciaba los buenos días.

    De la del cuarto de arriba no sabia mucho, mas que los colores con los que se vestía a diario, como eran sus pijamas, que desayunaba, cenaba o a que hora se metía a bañar en las mañanas.

    5 días antes del martes 14 de septiembre escuché a la del cuarto de arriba llorar, lloró poco tiempo y pensé que estaba desahogándose. 4 días antes del 14 la escuché llorar aproximadamente 2 horas seguidas. 3 días antes del 14 mientras lavaba las peceras de Carlota y Fabio en la cocina, ella entró a hacerse de cenar, le vi los ojos rojos, me pasó por la mente preguntarle que le pasaba, pero preferí quedarme callada. 2 días antes del 14 lloró toda la noche, lloraban muy fuerte, parecía que se estaba ahogando en su llanto, pero pudo más mi sueño que subir a preguntarle en que la podía ayudar. 1 día antes lloró poco, lo que me llevó a pensar que el problema que tenía se estaba resolviendo.

    El martes 14 de septiembre mi cotidianidad se vió interrumpida aproximadamente a las 8:00pm, cuando llegué a mi casa y al entrar la veo llena de gente, un olor penetrante a carne quemada y la noticia que la del cuarto de arriba se había suicidado.

    Para muchos las fiestas del bicentenario de México fueron motivo de celebración, para mi fueron días de mucha reflexión, de culparme por no haber tenido la más mínima sensibilidad de preguntarle a la del cuarto de arriba que le sucedía o si la podía ayudar en algo. No imagino cual pudo haber sido el problema tan grande que la afligía como para que se cerraran sus opciones del todo y la mejor salida fuera quitarse la vida.

    Para muchos, las fiestas del bicentenario fueron días de fiesta, para mi fueron y siguen siendo días de remordimiento, de mucho remordimiento, por no haber tenido la más mínima sensibilidad de preguntarle a la del cuarto de arriba si existía en mis manos alguna solución a su problema.

    *Ana Laura Martinez Escritora | Columnista | Video Blogger | Creativa | Genero contenido online, para Radio y Television

  • Toma de Zacatecas (Historia)

    â??Espero que esta pelea la ganen sus cañonesâ? â??le dijo Pancho Villa a Felipe íngeles mientras se preparaban para marchar con toda la División del Norte sobre Zacatecas. La vieja ciudad colonial era el último bastión del huertismo y su caí­da significaba el paso franco a la ciudad de México.

    En la madrugada del 17 de junio de 1914, desde Torreón, el general íngeles comenzó a montar el grueso de su artillerí­a en cinco trenes. A las 8 de la mañana la primera locomotora anunció su partida rumbo a Zacatecas, y con intervalos de 15 minutos salieron las demás. El viaje fue por demás lento y húmedo. La lluvia no dejó de caer sobre la División del Norte pero los villistas iban muy animados: tras varios meses de intensos combates nadie dudaba ya de su poderí­o. Villa y íngeles deseaban, por encima de cualquier otra cosa, darle el tiro de gracia al régimen del usurpador Victoriano Huerta.

    íngeles y su gente llegaron a Calera â??a 25 kilómetros de Zacatecas- el dí­a 19 por la mañana. Desembarcado el equipo militar, el general tomó su caballo y con una escolta salió a reconocer el terreno, necesitaba establecer posiciones y ubicar los sitios más adecuados para sus piezas de artillerí­a. Se le veí­a tranquilo cabalgando de un lugar a otro, daba órdenes, tomaba sus binoculares para observar la ciudad de piedra, se detení­a un momento y respiraba satisfecho.

    El enorme reflector colocado en el punto más alto del cerro de la Bufa iluminaba la ciudad de Zacatecas. La gente comentaba que el general huertista Luis Medina Barrón â??oficial a cargo de la defensa de la plaza- lo habí­a mandado traer de Veracruz, para lo cual habí­a sido necesario desmontarlo del faro que se levantaba en el puerto. Los federales lo hací­an girar toda la noche tratando de ubicar las posiciones rebeldes y las piezas de artillerí­a de íngeles. Los desesperados esfuerzos de las tropas de Huerta para defender la plaza no le quitaban el sueño al general. Nada podí­a ya detener la marcha de la División del Norte

    Villa se presentó en las inmediaciones de Zacatecas, por la tarde del 22 de junio de y determinó que la batalla comenzarí­a a las 10 de la mañana del dí­a siguiente. â??Juntas se moverán todas las fuerzas a esa hora. Nadie entrará un minuto antes ni un minuto despuésâ? â??ordenó el Centauro. La señal para iniciar serí­a era el disparo de un cañón.

    Amaneció radiante el dí­a 23 de junio de 1914. El cielo no podí­a ser más azul. Atrás habí­an quedado las amenazas de lluvia de la noche anterior. íngeles despertó pasadas las siete de la mañana; se afeitó con calma, tomó su baño, desayunó con su estado mayor y montó su caballo. Eran las nueve de la mañana.

    En la ví­spera, el general hizo un movimiento que dejó perplejo al enemigo: retiró las piezas de artillerí­a de sus posiciones originales y las emplazó en sitios imperceptibles y muy cerca de las lí­neas defensivas de los federales. Los últimos tres dí­as convenció a los huertistas que ya tení­a definidas sus posiciones.

    El disparo de un cañón a las diez de la mañana en punto anunció el inició de la batalla. Los villistas avanzaron por los cuatro puntos cardinales intentando arrebatar a los federales sus posiciones en la Bufa, el Grillo, la Sierpe, Loreto y el cerro de La Tierra Negra. Cuarenta cañones â??28 por el norte y 12 por el sur- entraron en acción al mismo tiempo para apoyar el despliegue de la infanterí­a que ascendí­a presurosa por los cerros que rodeaban la ciudad.

    Los veintidós mil hombres de la División del Norte se moví­an en completa armoní­a bajo la dirección de íngeles. El general habí­a logrado la perfecta conjunción entre las brigadas del ejército villista. â??La artillerí­a obrando en masa â??escribió íngeles- y con el casi exclusivo objeto de batir y neutralizar las tropas de la posición que deseaba conquistar la infanterí­a y ésta marchando resueltamente sobre la posición en donde la neutralización se realizaba. ¡Qué satisfacción la de haber conseguido esta liga de las armas!â?

    íngeles estaba enardecido; parecí­a encontrarse en una dimensión diferente al resto de los hombres, en un sitio privilegiado, exclusivo para el guerrero. Las granadas estallaban encima de su punto de observación o lo rebasaban por completo. Con sus binoculares alcanzaba a divisar al abanderado que corrí­a al frente de su brigada avanzando sin parar. Entonces calibraba nuevamente los cañones y alargaba el tiro para apoyar el asalto final de la infanterí­a sobre alguna posición.

    En medio del fuego de la fusilerí­a, íngeles tomó su caballo para cerciorarse del estado que guardaban otros puntos de la batalla. En camino a Loreto encontró a Villa. Ambos generales con sus estados mayores, cabalgaron juntos mientras escuchaban â??alegrementeâ? los disparos de la artillerí­a villista. Los cañones federales intentaban pegarle al numeroso grupo; sus tiros, sin embargo, quedaban cortos.

    Una granada explotó a escasos tres metros de donde se hallaban íngeles y Villa observando el combate. El humo cubrió por algunos instantes a los dos jefes y a sus hombres. Cuando el humo desapareció habí­a varios cadáveres mutilados. Para mala fortuna no habí­a sido disparado por del enemigo. El proyectil era villista, explotó en manos de un artillero que preparaba su lanzamiento. Para evitar que los soldados entraran en pánico o pensaran en el riesgo que corrí­an al manejar las bombas, íngeles gritó: â??No ha pasado nada, hay que continuar sin descanso; algunos se tienen que morir, y para que no nos muramos nosotros es necesario matar al enemigo. â??¡Fuego sin interrupción!â?.

    Hacia las 5. 40 de la tarde, el triunfo de la División del Norte estaba cerca. El enemigo abandonaba sus posiciones y huí­a de manera desorganizada. â??No los veí­amos caer, pero lo adivinábamos â??escribió íngeles-. Lo confieso sin rubor, los veí­a aniquilar en el colmo del regocijo; porque miraba las cosas bajo el punto de vista artí­stico, del éxito de la labor hecha, de la obra maestra terminada. Y mandé decir al General Villa: ¡Ya ganamos, mi general! Y efectivamente, ya la batalla podí­a darse por terminada, aunque faltaran muchos tiros por dispararseâ?.

    Unos minutos después, las tropas villistas tomaban posesión de la Bufa y del Grillo y avanzaban sobre la ciudad. Las calles de Zacatecas presenciaron una de las peores matanzas de la revolución. Los revolucionarios acabaron con todos los soldados federales que encontraron a su paso. Saquearon casas, edificios y oficinas. En algunos casos arremetieron incluso contra la población civil. Los siete kilómetros que mediaban entre Zacatecas y la población de Guadalupe terminaron tapizados de cadáveres impidiendo el tránsito de carruajes.

    En uno de los edificios del centro de la ciudad se encontraba un joven oficial del ejército de Huerta. Su misión era defender el parque y las armas que se encontraban almacenadas ahí­. Cuando los villistas entraron a la ciudad, el oficial supo que no tení­a escapatoria. Esperó a que llegaran los revolucionarios y cuando intentaron entrar hizo volar el edificio. Decenas de ví­ctimas de ambos bandos quedaron entre los escombros de la vieja construcción.

    Cinco mil muertos entre las tropas federales. Cerca de tres mil lamentó la División del Norte. En los dí­as siguientes surgirí­a nuevamente el humanista. Decenas de prisioneros salvaron la vida gracias a la intercesión de íngeles. La sangre sólo debí­a correr en la batalla. Los muertos eran parte del ritual de la guerra.

    Frente a la noche y sumido en sus reflexiones, íngeles respiró satisfecho por el éxito de la batalla. La venganza sobre Huerta se habí­a consumado. â??Y bajo el encanto de la obra clásica de ese dí­a feliz, me hundí­ plácidamente en un sueño reparador y sin aprensionesâ?

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  • Dice Secretario de Educacion que el 2012, ¿que es eso?

    Ocupado en las cuentas de los gastos ejercidos en los festejos del Bicentenario, aunque guardó como secreto de Estado el costo del Coloso desconocido, el secretario de Educación, Alonso Lujambio, juró ante senadores que su interés no está en la candidatura presidencial de 2012.

    «Me halaga», dijo Lujambio, que panistas lo consideren, â??pero no es eso en lo que estoy pensandoâ?, aunque pocos le creyeron porque fue reiterativa la crí­tica a sus aspiraciones, lo mismo que a la opacidad de los gastos de los onerosos festejos.

    En larga comparecencia, el secretario reveló que entre el 15 y el 16 de septiembre se gastaron 667 millones de pesos, y tan sólo la iluminación de la Catedral costó 142 millones de pesos

  • Francisco Villa, 1878-1923

    Su verdadero nombre era Doroteo Arango. Nacido en la hacienda de Rí­o Grande, jurisdicción de S. Juan del Rí­o, Durango, era hijo de Agustí­n Arango y de Micaela Quiñones Arámbula.

    Dedicado desde la infancia a las labores del campo, pronto fue excelente caballista. Huérfano todaví­a adolescente, jefe de familia, defendió a una hermana ofendida por uno de los dueños de la hacienda en cuyas tierras trabajaba, y que abandonó para rehuir la persecución de una justicia parcial. Cambió entonces su nombre por el que se hizo famoso no sólo en la historia de la Revolución Mexicana, sino en todo el mundo, que le conocerá por Pancho Villa.

    Los hechos de los años anteriores a su adhesión a la campaña de Madero, señalan las fallas del hombre rudo e impulsivo dependiente de una sociedad que le tolera, o que le acosa cuando le considera fuera de su propia ley.

    Villa se unió a la campaña maderista en 1909, bajo la influencia de Abraham González, gobernador a la sazón del estado de Chihuahua. Aunque Villa no tuvo educación escolar, sus actividades comerciales le habí­an hecho aprender a leer y escribir. Su compromiso de levantarse en armas contra la dictadura de Porfirio Dí­az, lo cumplió el 17 de noviembre de 1910, al atacar la hacienda de Cavarí­a, en Chihuahua, al que le siguieron los encuentros de San Andrés, Las Escobas y Ciudad Camargo.

    Desde un principio se destacaron sus dotes como combatiente y organizador, ayudado por el exacto conocimiento del terreno que pisaba. Conoció a Francisco I. Madero, en la hacienda de Bustillos, ante el cual se presentó con regular número de tropa, disciplinada y bien pertrechada. Recibió entonces el grado de coronel. Es significativo que ya figurara entre militares de mayor historia, entre los que concurrieron a la junta convocada por Madero el 1 de mayo de 1911, frente a Ciudad Juárez, para concertar la paz.

    De acuerdo con Pascual Orozco, Villa atacó Ciudad Juárez y obtuvo uno de los primeros y más señalados triunfos de la revolución incipiente. Al triunfo de la lucha armada, Villa se dedicó al comercio.

    Radicado en la ciudad de Chihuahua, fue introductor de ganado y dueño de varias carnicerí­as. Su nueva etapa en los campos de batalla se inició al producirse la rebelión de Pascual Orozco. Combatió en territorios de Chihuahua y de Durango, en donde engrosó sus filas. En Torreón se incorporó a las tropas de Victoriano Huerta, encargado por el gobierno de Madero para someter a los orozquistas.

    Por su lealtad y méritos en campaña ascendió a general brigadier honorario. Triunfó en Conejos y en la importante acción de Rellano. El recelo de Victoriano Huerta le provocó dificultades, y estuvo a punto de ser fusilado. Remitido preso a la ciudad de México, se fugó de la cárcel Militar en 1912, y pasando por Guadalajara y Manzanillo, marchó a Estados Unidos.

    Regresó al paí­s a la muerte de Madero; se internó por Chihuahua con sólo ocho hombres, a los que se unieron pronto miles de soldados que le siguieron en sus acciones de guerra. Fue auxiliado con dinero por el gobernador de Sonora, José Marí­a Maytorena. Combatió contra los generales Salvador R. Mercado y Félix Terrazas. A este último le hizo 237 prisioneros, que fusila en cumplimiento de la Ley de 25 de enero de 1862.

    En Ciudad Jiménez, en septiembre de 1913, se constituyó la famosa División del Norte, poco antes del ataque a Torreón, y que su origen comandó Villa. Las dos batallas que precedieron a la toma de Torreón, ocurridas el 30 de septiembre de 1913 y abril de 1914, son consideradas dignas de figurar en tratados en materia bélica.

    De vuelta a Chihuahua, atacó a la capital, y con la rapidez que desconcertaba a sus adversarios, marchó sobre Ciudad Juárez que ocupó el 15 de noviembre de 1913. Dio después la batalla de Tierra Blanca, en la que desarrolló su intuición militar. Toda una división federal fue derrotada, apoderándose de parque e implementos. Ganó al poco tiempo la batalla de Ojinaga, y el 8 de diciembre de 1913 entró a la ciudad de Chihuahua, donde asumió el cargo de gobernador provisional.

    Demostró capacidad administrativa; restableció el orden, abarató los artí­culos de primera necesidad, abrió el Instituto Cientí­fico y Literario; condonó contribuciones atrasadas, y emitió papel moneda. Aunque dejó el gobierno el 8 de enero de 1914 en la práctica, ejerció el poder varios meses más. En marzo combatió en Gómez Palacio, ya incorporados a la División del Norte los generales Felipe íngeles, José Isabel Robles y Raúl Madero.

    Desde sus primeros triunfos se suscitaron hondas diferencias con Venustiano Carranza. í?ste le ordenó tomar la ciudad de Saltillo, regateándole por otra parte pertrechos necesarios para llevarlo a cabo, mientras que, al mismo tiempo, se fraguaban maniobras polí­ticas entre los elementos villistas y las autoridades civiles de Chihuahua. Sin embargo, obedeció Villa las órdenes de Carranza y tomó a sangre y fuego la plaza de Zacatecas el 23 de junio de 1914. Esta victoria decidió el triunfo de las armas revolucionarias y la caí­da de Victoriano Huerta. Ahondada la división con Carranza, interviene el general ílvaro Obregón cerca de Villa, que estuvo a punto de fusilar al enviado de México.

    Inaugurada la Convención el 1 de octubre, se trasladó el 10 a Aguascalientes Ahí­ se unieron zapatistas y villistas en contra de los afectos a Carranza. La Convención cesó a Villa y a Carranza de sus cargos pero bajo la presidencia del general Eulalio Gutiérrez, Villa fue designado jefe de Operaciones de la Convención. Entró a la ciudad de México con Emiliano Zapata el 6 de diciembre de 1914.

    La controversia polí­tica se desplazó a los campos de batalla; Villa fue derrotado en la zona del Bají­o: Celaya, León y Trinidad. Se vio obligado a regresar a su punto de partida, al norte, donde siguió combatiendo hasta 1915. Fracasó en una incursión sobre Sonora. Atacó Columbus, lugar fronterizo de Estados Unidos, y provocó la llamada Expedición Punitiva. Sus tropas se redujeron y aunque tuvo fuerzas para amedrentar a los congresistas de Querétaro (1916-1917), Villa habí­a perdido su categorí­a de jefe de ejércitos para volver a su condición de temido guerrillero, y entrar en la leyenda.

    Nombrado presidente interino Adolfo de la Huerta en 1920, se efectuó en mayo de 1920 una entrevista cerca del pueblo de Allende, Chihuahua, entre los generales Francisco Villa e Ignacio C. Enrí­quez, con el objeto de que el primero reconociera al gobierno surgido del Plan de Agua Prieta, y de que depusiera las armas, ya que Venustiano Carranza, contra quien luchaba, habí­a sido muerto. Antes de concluir las entrevistas y como las tropas de Enrí­quez planeaban aprehender a Villa, éste esquivó estas tropas y se retiró.

    Por fin Villa se amnistió gracias a los buenos oficios de su amigo Elí­as Torres, firmándose los Convenios de Sabinas. Se le reconoció el grado de general de división con haberes completos, y recibió en propiedad el Rancho de Canutillo de 25 mil hectáreas, cercano a Hidalgo del Parral, Chihuahua, que explotó con sus antiguos compañeros de la División del Norte, los Dorados.

    El 20 de julio de 1923, Villa, en compañí­a de su fiel compañero de armas, el coronel Miguel Trillo, cae asesinado ví­ctima de una emboscada que le tiende Jesús Salas Barraza en las entradas de la ciudad de Parral.

    Sus restos fueron profanados en febrero de 1926, cuando un estadounidense viola la tumba en donde descansaban y se llevó a su paí­s la cabeza del Centauro del Norte. En 1967 se colocó su nombre, con letras de oro, en el recinto de la Cámara de Diputados, y el 20 de noviembre de 1969 se inauguró una estatua ecuestre con la efigie de Villa en la ciudad de México.

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  • Mexico felicita a Chile bicentenario

    La secretaria de Relaciones Exteriores de México, Patricia Espinosa, transmitió hoy aquí­ al presidente chileno Sebastián Piñera el saludo de su homólogo mexicano Felipe Calderón con motivo del Bicentenario de la Independencia de Chile.

    En diálogo, Espinosa dijo que comunicó este sábado a Piñera y a su esposa Cecilia Morel â??los saludos del presidente Calderón y del pueblo mexicano, los saludos de amistad y un mensaje de alegrí­a por este Bicentenarioâ?.

    La canciller mexicana dialogó con el mandatario chileno durante la recepción que Piñera ofreció en el Palacio de Bellas Artes a las delegaciones extranjeras que asistieron este sábado a los actos oficiales por los festejos de la Independencia de Chile.

    Espinosa subrayó â??la importancia de que en estos 200 años se consolide un paí­s no solamente independiente, libre, soberano y democrático, sino también un paí­s donde los ciudadanos tienen una posibilidad de desarrollarseâ?.

    Aunque reconoció que, â??al igual que México, Chile todaví­a enfrenta muchos retos en su desarrolloâ?, Espinosa sostuvo que â??sin duda hay avances sustantivos que conmemorar y celebrarâ? los 200 años de la Independencia de este paí­s sudamericano.

    La funcionaria aplaudió en particular la presencia de los cuatro ex mandatarios de la centroizquierdista Concertación -que precedieron al gobierno de Piñera- en los actos oficiales por el Bicentenario de la Independencia de Chile.

    A juicio de Espinosa, la participación de los ex presidentes Patricio Aylwin (1990-1994), Eduardo Frei (1994-2000), Ricardo Lagos (2000-2006) y Michelle Bachelet (2006-2010) en los actos oficiales â??demuestra una gran madurez de la democracia chilenaâ?.

    La canciller mexicana aseveró que ello refleja además â??la madurez de sus lí­deres polí­ticos, una claridad sobre la importancia de poner los intereses del paí­s en su conjunto por encima de diferencias de los distintos partidosâ?.

    â??Al final, el propósito de todos ellos (los partidos) es buscar una mayor fortaleza de su paí­s, mejores condiciones para el desarrollo de sus ciudadanosâ?, enfatizó la secretaria de Relaciones Exteriores de México.

    Tras recordar que Chile y México â??compartimos esta fecha históricaâ?, Espinosa consideró que â??es muy evidente para nosotros la importancia de que los paí­ses amigos estemos presentes, de que estemos claramente compartiendoâ? las celebraciones del Bicentenario.

    Espinosa llegó la mañana de este sábado a Santiago para asistir, en representación del presidente Calderón, a los actos oficiales de celebración del bicentenario del inicio del proceso independentista en Chile.

    La canciller mexicana tiene previsto partir esta noche de Santiago con rumbo a la ciudad estadunidense de Nueva York, para participar en las deliberaciones de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU)