Que es el ANTRAX

El ántrax es una enfermedad infecciosa aguda causada por una bacteria grampositiva que se llama Bacillus anthracis que forma esporas. El ántrax ocurre con mayor frecuencia en los vertebrados menores, silvestres y domésticos (ganado vacuno, ovejas, chivos, camellos, antí­lopes, y otros herbí­voros), pero también puede ocurrir en seres humanos cuando tienen contacto con los animales infectados o el tejido de animales infectados.

El ántrax es considerado un agente que puede ser usado en una guerra biológica.

Caracterí­sticas
En condiciones adversas esta bacteria se transforma en espora, aumentando considerablemente su resistencia a medios ambientes hostiles. La mayorí­a de las esporas se destruyen con aplicación de cal, idealmente a pH 12.6-13.2, por eso a los animales infectados muertos se los entierra profundamente y se los recubre con cal viva. Para garantizar la destrucción de las esporas de ántrax, se deben calentar los alimentos a 150ºC por lo menos durante 3 horas. Los suelos alcalinos son propicios para mantener las esporas. La fase activa de la bacteria es destruida rápidamente a 60ºC por 30 minutos.

2. Transmición

El ántrax es más común en regiones agrí­colas donde los animales tienen la enfermedad. Estas regiones incluyen Sudamérica, Centroamérica, Europa del sur y del este, Asia, ífrica, el Caribe y el Oriente Medio. Cuando el ántrax afecta a los seres humanos, es normalmente por causa de exposición ocupacional a los animales infectados o sus productos. Los trabajadores que están expuestos a los animales muertos y a los productos de otros paí­ses donde el ántrax es más común, podrí­an resultar contaminados con B. Anthracis.
La infección de ántrax puede ocurrir en tres formas: cutánea (piel), por inhalación, y gastrointestinal. Las esporas de B. anthracis pueden vivir en la tierra por muchos años, y los seres humanos pueden resultar infectados con ántrax al tocar los productos de animales infectados o por inhalar las esporas de los productos de animales contaminados. El ántrax también puede contraerse al comer carne de animales infectados que no fue suficientemente cocida.
El riesgo de que el ántrax se contagie de persona a persona es muy poco probable. No tiene que preocuparse de contraer la enfermedad si está a cargo o si visita a un paciente que tiene el ántrax inhalado.

3. Sí­ntomas

Los sí­ntomas de la enfermedad dependen de la forma en la que se contrajo, pero normalmente los sí­ntomas se presentan dentro de los primeros 7 dí­as.
Cutáneo: La mayorí­a (casi 95%) de las infecciones de ántrax ocurren cuando la bacteria entra en una lesión o abrasión en la piel, como por ejemplo cuando se toca lana, pieles, cuero u otros productos de pelo de animales infectados (especialmente pelo de chivos). La infección de piel empieza como una protuberancia similar a la de un piquete insecto pero que en 1 a 2 dí­as se convierte en una bolsa llena de lí­quido y después en una úlcera sin dolor, usualmente de 1 a 3 cm. de diámetro, con una caracterí­stica área negra y necrótica (en el proceso de morir) en el centro. Las glándulas linfáticas en el área adyacente se pueden hinchar. Aproximadamente un 20% de los casos que no reciben tratamiento médico contra el ántrax cutáneo provocarán la muerte. La muerte es poco común si se recibe una terapia antimicrobiana apropiada.

La imagen muestra la escara negra rodeada de áreas erosionadas e intenso edema. Estas lesiones son indoloras. Las áreas de «piel seca» representan áreas de edema en resolución. Las lesiones continúan su progresión a pesar de tratamiento antibiótico. El ántrax cutáneo es autolimitado y las lesiones se resuelven sin cicatriz. Alrededor de un 20% de casos no tratados pueden progresar a formas sistémicas.
Inhalación: Los sí­ntomas al principio pueden confundirse con los de un catarro común. Después de varios dí­as, los sí­ntomas pueden empeorar y convertirse en problemas graves de respiración y shock. El ántrax de inhalación generalmente es fatal.
Intestinal: La forma intestinal del ántrax puede ser el resultado de haber consumido carne contaminada y escasamente cocida y los sí­ntomas incluyen inflamación severa del tracto intestinal. Los primeros sí­ntomas de nauseas, pérdida de apetito, vómito, y fiebre son seguidos por dolor abdominal, vómito de sangre, y diarrea grave. En 25% a 60% de los casos de ántrax intestinal el resultado final es la muerte.

4. Vacuna

Existe ya una vacuna aprobada contra el ántrax para usarse en los seres humanos. Se estima que la vacuna es eficaz en 93% de los casos para la protección contra ántrax.
La vacuna contra el ántrax es fabricada y distribuida por BioPort Corporation, Lansing, Michigan. La vacuna es una vacuna filtrada para eliminar las células, lo que significa que en la preparación no se usa bacteria viva ni muerta. El producto final no contiene más de 2.4 mg de hidróxido de aluminio. Las vacunas de ántrax para animales no deben ser usadas en seres humanos.
El Comité de Consultorí­a Sobre las Prácticas de Inmunización ha recomendado la vacunación de ántrax para los siguientes grupos:

Las personas que trabajan directamente con el organismo en el laboratorio.
Las personas que trabajan con pieles de animales importadas en áreas en las que las medidas de seguridad e higiene no son suficientes para prevenir la exposición a las esporas de ántrax.
Las personas en áreas con altos incidentes de ántrax que tocan los productos animales que podrí­an estar infectados.
El personal militar enviado a las áreas con alto riesgo de exposición al organismo (cuando se usa como arma en guerra biológica).
Las mujeres embarazadas sólo deben vacunarse si es absolutamente necesario.
La inmunización consiste de tres inyecciones subcutáneas dadas cada dos semanas, seguidas por tres inyecciones subcutáneas adicionales dadas a 6, 12, y 18 meses. Después, se recomienda la aplicación de inyecciones de refuerzo cada año.
Se presentan reacciones locales leves 30% de los vacunados y consisten en poco dolor y enrojecimiento en el lugar de inyección. Las reacciones locales graves son poco frecuentes y consisten en una hinchazón extrema del antebrazo además de la reacción local. Las reacciones del sistema ocurren en menos de 0.2% de los vacunados.

Diagnóstico
Se diagnostica el ántrax por el aislamiento de B. anthracis de la sangre, lesiones de piel, o las secreciones respiratorias o mediante la medida de anticuerpos especí­ficos en la sangre de las personas posiblemente afectadas.

Tratamiento
El tratamiento de la enfermedad se realiza con antibióticos especí­ficos, el de mayor efectividad es la ciprofloxacina, la dosis a utilizar es de 500 mg cada 12 horas en un lapso de tiempo que varí­a de 20 dí­as a meses, según la evolución de la enfermedad.

Ciprofloxacina
Acción terapéutica.
Antimicrobiano. Quinolona de segunda generación.

Propiedades.
Agente antibacteriano de efecto rápido que no presenta resistencia cruzada con las penicilinas, cefalosporinas, tetraciclinas y aminoglucósidos. Actúa por inhibición de la DNA-girasa bacteriana, interfiriendo en la replicación del DNA. En forma oral, combina una biodisponibilidad elevada con gran penetración tisular que permite su empleo como monoterapia o en combinación con otros antibióticos. Actúa sobre gérmenes grampositivos: Staphylococcus aureus, piogenes y pneumoniae, Streptococcus faecalis, Mycobacterium tuberculosis, Bacillus anthracis. Microorganismos gramnegativos: Escherichia coli, Klebsiellas, Enterobacter, Salmonella, Shigella, Proteus mirabilis, Pseudomonas, Haemophilus influenzae, Neisseria gonorrhoeae, Aeromonas, Vibrium Brucella melitensis.

Indicaciones.
Infecciones de las ví­as respiratorias. Bronconeumonia y neumoní­a lobar. Bronquitis aguda, bronquiectasias, empiema. Infecciones del tracto genitourinario: uretritis complicadas, pielonefritis, prostatitis, gonorrea. Infecciones osteoarticulares: osteomielitis, artritis séptica. Infecciones gastrointestinales: diarrea infecciosa, fiebre entérica. Infecciones sistémicas graves: septicemias, bacteriemias, infecciones de ví­as biliares, pélvicas y otorrinolaringológicas.

Dosificación.
La dosis se determinará por la gravedad de la infección, la sensibilidad de los organismos causales, edad, peso y función renal del paciente. Dosis media por ví­a oral/adultos: Infecciones del tracto urinario: 250 a 500mg cada 12h; cistitis aguda no complicada: 250mg cada 12h; durante 3 dí­as. Infecciones de ví­as respiratorias, infecciones osteoarticulares, de piel y tejidos blandos: 250 a 500mg cada 12h pudiendo elevarse a 750mg c/12h en casos de mayor gravedad. Infecciones por pseudomonas en tracto respiratorio inferior: la dosis normal es de 750mg, dos veces al dí­a. Gonorrea: dosis única de 250mg. En la mayorí­a de las otras infecciones 500 a 750mg dos veces al dí­a. El perí­odo de tratamiento habitual para infecciones agudas es de 5 a 10 dí­as y debe continuarse 3 dí­as después de la desaparición de los signos y sí­ntomas. En pacientes con función renal alterada: en general no es necesario ajustar la dosis, salvo en insuficiencia renal grave. En estos casos se puede reducir la dosis diaria total a la mitad. No se recomienda su empleo en niños y adolescentes en crecimiento. En caso de ser necesaria su indicación, la dosis a emplear puede ser 7,5 a 15mg/kg/dí­a por ví­a oral, administrados cada 12 horas.

Reacciones adversas.
En ocasiones puede producir náuseas, diarreas, vómitos, dispepsia. Alteraciones del SNC: vértigo, cefaleas, cansancio, insomnio, temblor; en muy raras ocasiones sudoración, convulsiones, estados de ansiedad. Reacciones de hipersensibilidad, erupciones cutáneas, prurito, fiebre medicamentosa. Reacciones anafilactoides: edemas facial, vascular y larí­ngeo. En estos casos se suspenderá en forma inmediata el tratamiento. Pueden aparecer aumentos transitorios en las enzimas hepáticas, sobre todo en pacientes con lesión hepática previa. Trastornos de la fórmula sanguí­nea: muy raramente eosinofilia, trombocitosis, leucocitosis, anemia. Dolores musculares, tenosinovitis, fotosensibilidad.

Precauciones y advertencias.
Debido a los efectos secundarios que puede producir sobre el SNC sólo deberá utilizarse cuando los beneficios terapéuticos superen los riesgos descriptos; sobre todo en pacientes con antecedentes de crisis epilépticas u otros trastornos del SNC (bajo umbral convulsivo, alteración orgánica cerebral o ACV). No es recomendable su uso en el embarazo ni en el perí­odo de lactancia. En raras ocasiones se ha observado cristaluria relacionada con el empleo de ciprofloxacina, por eso los pacientes deberán estar bien hidratados y evitar una alcalinidad excesiva de la orina.

Interacciones.
Se elevan los niveles séricos de teofilina cuando se administra con quinolonas. Junto con ciclosporina, aumenta los valores séricos de creatinina. A fin de no interferir en la absorción de antiácidos (con hidróxido de magnesio o de aluminio), sólo deberá administrarse 1 o 2hs después de la ingestión de aquéllos.

Contraindicaciones.
Pacientes con hipersensibilidad a la droga y otras quinolonas. Embarazo. Lactancia. Niños.

5. Armas Biológicas

La historia de las armas de la humanidad, que probablemente se inició con el hacha de sí­lex, no terminó con el descubrimiento de la bomba atómica y la puesta en escena de los misiles intercontinentales. Gracias a la ingenierí­a genética, en los laboratorios militares secretos se cuece hoy una nueva generación de armas biológicas que puede superar las fantasí­as de todos los genios de la ciencia ficción.
Ya en la antigí¼edad, los militares estuvieron fascinados por el poder de las armas biológicas. En la época clásica y durante la dominación romana, los ejércitos tení­an especialistas en envenenar las fuentes de agua potable de las que se abastecí­an las ciudades, e incluso en algunas ocasiones se llegaron a introducir en ciudades asediadas vasijas conteniendo humores de enfermos de cólera, peste o lepra, con la esperanza de que la epidemia acabase con las fuerzas de los defensores. Este procedimiento militar volvió a ponerse de moda durante los siglos XVIII y XIX, en que los colonos europeos aniquilaron a poblaciones enteras de nativos de los otros continentes, de forma voluntaria o involuntaria, al introducir la sí­filis, la gripe, la viruela o el tifus, armas más efectivas que el acero o la pólvora.
Tras el uso intensivo de las armas quí­micas durante la Primera Guerra Mundial, durante la Segunda también se hicieron algunos intentos de emplear armas biológicas. Se sabe que el ejército británico lanzó como prueba gran cantidad de esporas del bacilo del ántrax sobre una pequeña isla escocesa, habitualmente desierta, llamada Gruinard. El éxito fue tal que todaví­a en 1979 los soldados del ejército británico tení­an que hollar el suelo de la isla con trajes protectores, a fin de evitar la peligrosa infección del bazo que produce el ántrax y que generalmente lleva a la muerte.
Entre 1940 y 1944, los japoneses fueron mucho más lejos en la aplicación de armas biológicas. Por primera vez en la historia se bombardearon, en la campaña contra Corea y Manchuria, once ciudades chinas con bombas que contení­an material contaminado por peste y tifus. La cifra de muertos que produjeron estas armas biológicas entre la población civil nunca ha sido evaluada. En campos de concentración de prisioneros de guerra, los japoneses inyectaron a tres mil prisioneros chinos, mongoles, británicos, americanos y coreanos, soluciones con principios activos de diversas enfermedades epidémicas; como mí­nimo unos mil prisioneros fallecieron en estos experimentos.
Tras la Segunda Guerra Mundial, en los años 50 y 60, el Gobierno de los Estados Unidos instaló en el estado de Maryland un complejo de laboratorios militares conocido como Fuerte Detrick. En sus mejores dí­as llegaron a trabajar en él un millar de cientí­ficos dedicados a la investigación de armas biológicas. Y en 1970 Nixon declaró que el gobierno iba a renunciar a desarrollar armas biológicas con fines ofensivos. Dos años después, en abril de 1972, se firmaba simultáneamente en Londres, Moscú y Washington el Acuerdo Internacional sobre Armas Biológicas, que prohibí­a el desarrollo, fabricación y almacenamiento de armas biológicas con fines bélicos. Hasta la fecha, aparte de Estados Unidos, Gran Bretaña y la ex URSS, han firmado dicho acuerdo casi 130 estados de todo el mundo. De esta forma, a principios de la pasada década parecí­a que la humanidad iba a verse libre de este tipo de armamento.
De hecho, los gobiernos estadounidense y soviético renunciaron a seguir financiando estos proyectos porque los expertos señalaron que, en relación con las armas atómicas y quí­micas, las armas biológicas no eran suficientemente operativas. Dichas armas continuaban teniendo el problema, que ya sufrí­an en la antigí¼edad, de que podí­an volverse contra los mismos agresores, lo que implicaba todo un programa de vacunas para los ejércitos que las empleasen; además, en su manipulación existí­an también graves riesgos.
La era de la ingenierí­a genética.
Los militares no podí­an imaginarse que solo un año después de la firma del mencionado tratado, iba a ocurrir un acontecimiento que revalorizarí­a las armas biológicas. En 1973, en la Universidad de Stanford en California, los biólogos Stanley Cohen y Herbert Boyer consiguieron transferir por primera vez genes ajenos al material hereditario de determinadas bacterias.
Este gran salto sobre los mecanismos de seguridad que protegen la materia hereditaria en las especies vivientes vino a reanimar la moribunda investigación en torno a las armas biológicas. Los microorganismos patógenos que antes eran difí­ciles de obtener y cuyo manejo exigí­a enormes precauciones podí­an desde ese momento ser diseñados de nuevo, adaptándolos a las necesidades militares. Con las nuevas técnicas de recombinación genética se abrí­a para los expertos militares del Pentágono un abanico de posibilidades inimaginable dos años antes. Este renovado interés por las armas biológicas recombinadas por medio de la ingenierí­a genética se demuestra examinando las cifras del presupuesto estadounidense de los años 80.
Desde 1980 a 1987, el Pentágono incrementa sus inversiones en investigación y producción de armas biológicas y quí­micas en un 554% con respecto a años anteriores, invirtiendo nada menos que 1.440 millones de dólares en estos proyectos. A la investigación de armas biológicas se destinan en 1986 casi 90 millones de dólares, mientras el número de proyectos de manipulación genética financiados por el Ministerio de Defensa estadounidense ha pasado de 0 en 1980 a más de 200 en el presente año.
Las instalaciones de Fuerte Detrick fueron remozadas a principios de los ochenta y vuelven a acoger cientí­ficos. En diversos laboratorios construidos bajo la máxima seguridad, investigadores del USAMRIID (Instituto Médico del Ejército de los Estados Unidos para el estudio de Enfermedades Infecciosas) estudian el efecto de los virus de Lasa, í?bola o Chikungunya, o de virus de la viruela, fiebre amarilla, encefalitis equina, gripe, enfermedad de Marburg y la fiebre del Rift. De gran interés militar en Fuerte Detrick son también las bacterias del ántrax, el botulismo, la brucelosis, la peste, el tifus y las esporas de tétanos, así­ como otras veinte clases de toxinas tales como los venenos de serpientes, setas, escorpiones y algas.
Curiosamente, la investigación y producción de armas biológicas a través de la ingenierí­a genética ni tan siquiera viola las reglas del tratado internacional de prohibición de armas biológicas firmado en 1972. Según tal acuerdo, se tolera la producción de determinadas cantidades de armas biológicas con fines estrictamente defensivos. Y aquí­ empieza la ambivalencia del acuerdo, puesto que en ningún otro sector militar como en el de la guerra biológica es tan difí­cil marcar la diferencia exacta entre qué es ofensivo y qué defensivo: el estado potencialmente agresor con este tipo de armas debe empezar necesariamente por elaborar toda una serie de vacunas a fin de inmunizar sus propias fuerzas; es decir, un ataque en este campo presupone prepararse antes para la defensa, crear nuevas vacunas. Mientras que la creación de gérmenes patógenos recombinados genéticamente puede lograrse en algunos meses, elaborar las vacunas pertinentes -caso de que existiesen- requiere una tarea de años.

Los horrores de estas armas.
Una pregunta se impone: ¿cómo serí­an estas armas? ¿cuáles son sus efectos?. Cientí­ficos que han trabajado en proyectos militares de este tipo, como el catedrático de biologí­a molecular Doctor Michael Breindl, de la Universidad de San Diego, afirman lo siguiente: «Existen planes, por ejemplo, para recombinar genéticamente una bacteria de la flora intestinal inofensiva, la Escherichia coli, obteniendo un arma terrible. Para empezar, a través de genes de resistencia se le podrí­a hacer inmune a la acción de los antibióticos; luego podrí­a elevarse su resistencia contra los ácidos intestinales a fin de asegurar su libre circulación por todo el aparato digestivo, además se le podrí­an implantar genes de toxinas procedentes de otros organismos, como una toxina neural u otras que detuviesen la acción coagulante de la sangre. Finalmente, se le podrí­a insertar un gen del tipo «invasor», que permitirí­a a la bacteria penetrar desde la pared del intestino en los tejidos interiores y las células del organismo. La bacteria así­ recombinada podrí­a escaparse de la acción de defensa del organismo y verter sus toxinas directamente en los tejidos celulares».
Lo triste de toda esta explicación es que la mayorí­a de los procesos de laboratorio que describe el Doctor Breindl no son ciencia ficción, pues ya se han conseguido realizar o son de práctica corriente en el mundo de la ingenierí­a genética.
Por lo que se conoce actualmente, los técnicos estadounidenses que trabajan para el estamento militar han conseguido secuenciar y clonificar los genes de diversos venenos biológicos. Ya se conocen las estructuras genéticas del ántrax, el botulismo, el cólera, la difteria, el tétanos y la toxina del veneno de determinadas serpientes. El conocimiento de las secuencias genéticas significa que en cualquier momento los cientí­ficos pueden producir de forma rápida, sencilla y barata enormes cantidades de estos venenos. En el proyecto USAMRIID de Fuerte Detrick se han empezado a insertar genes del veneno de serpiente en el DNA de colibacterias de tipo E. Por supuesto que la posición oficial ante estos experimentos es que se realizan con fines estrictamente médicos, en aras de obtener nuevas vacunas. Algunos militares han llevado la ironí­a hasta el extremo de afirmar que estos experimentos también se hacen pensando en la salud de los paí­ses del Tercer Mundo: «En paí­ses donde anualmente mueren 40.000 personas por mordedura de serpiente -argumentan los generales- nuestras vacunas y nuestros experimentos sobre la toxina del veneno de cobra pueden ser de gran utilidad».
En Fuerte Detrick también se está trabajando en la obtención sintética de sustancias venenosas, como por ejemplo el veneno de un hongo llamado tricoteceno, asimismo conocido como «lluvia amarilla», un veneno trescientas veces más activo que los gases quí­micos convencionales que atacan al sistema nervioso central. Se tiene además conocimiento de que el Pentágono se ha gastado 1,3 millones de dólares en secuenciar el gen que codifica a la enzima acetilcolinesterasa. Esta enzima es fundamental para regular la acción de los neurotransmisores de determinadas funciones cerebrales. Según informes del Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo, estos conocimientos pueden posibilitar la producción de toxinas especializadas en atacar ciertos centros nerviosos. Según la mayorí­a de los expertos, las toxinas son las armas biológicas recombinadas genéticamente que más posibilidades tienen de ser empleadas en un conflicto que exigiese la aplicación de este tipo de armas. Su producción por métodos de ingenierí­a genética es fácil y de muy bajos costos.
Aquí­ también debe destacarse la gran manejabilidad de dichas armas y sus facilidades de producción, lo que hace que su almacenamiento sea obsoleto. Expertos europeos y norteamericanos coinciden en indicar que un Estado que desee producir armas biológicas recombinadas por la tecnologí­a genética solo necesitarí­a una instalación frigorí­fica con unas 200 probetas llenas de material y cultivos originales, más la infraestructura de un laboratorio farmacéutico convencional. El resto de las operaciones, es decir el transporte, llenar con los virus las cámaras huecas de las bombas, los aerosoles, etc., se podrí­an realizar con la misma infraestructura militar existente para las armas quí­micas.
En cuanto a su aplicación directa, los militares piensan que el aerosol es el mejor vehí­culo para expandir las armas biológicas entre la población y los ejércitos enemigos. El sistema de aerosol permite proyectar virus y bacterias manipulados genéticamente en grandes nubes hacia áreas determinadas. Desde 1984, el ejército de Estados Unidos trata de crear en Dugway (Utah) una gigantesca instalación para la dispersión de armas biológicas a través de aerosoles; el presupuesto se cifra en 2.300 millones de dólares.
En lo que respecta a los efectos de estas armas sobre las personas, nos encontramos con la problemática de siempre cuando se valoran los resultados de la ingenierí­a genética: ignorancia absoluta. No obstante, es muy probable que estas armas multipliquen varias veces los horrores y el poder mortí­fero que siempre han poseí­do las armas biológicas convencionales. Sabemos, por ejemplo, que bastan unos pocos cultivos para poder infectar a una población de millones de personas con ántrax, fiebre amarilla o peste, enfermedades de alta mortalidad; sin embargo, la mayorí­a de estas enfermedades epidémicas son bien conocidas, por lo que el estado agredido podrí­a, dentro de ciertos lí­mites, organizar actividades terapéuticas contra la epidemia. Eso serí­a casi imposible si los virus y bacterias agresores se hallan recombinados genéticamente, ya que la experiencia de la medicina oficial con esos seres manipulados es nula.

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