Mala Costumbre

las esquelas son el recordatorio diario de la vida
La vida nos da constantemente señales que nos negamos a escuchar, hoy comparto con ustedes un pequeño cuento que seguramente lo que pretende es, abrirme los ojosâ?¦

Beatriz González Rubí­n

MALA COSTUMBRE

Como todas las mañanas, café y el primer cigarro de muchos que consumí­a en el dí­a, eran mi despertar al mundo de los vivos. Dicen que el ser humano es un animal de rutinas, y yo no era la excepción.

Diariamente realizaba el mismo rito, después del café y el cigarro, hojeaba el diario matutino con la esperanza de encontrar soluciones nuevas a los viejos conflictos, la bolsa subí­a y bajaba como un columpio, la economí­a del paí­s continuaba a pique, los personajes importantes de la sociedad siempre figuraban en la página de sociales, lo único diferente dí­a con dí­a eran los obituarios que anunciaban nuevas muertes. Una mórbida curiosidad me llevaba a leer las esquelas desde hací­a mucho tiempo. Ese dí­a no podí­a ser distinto, lentamente repasé nombres que para mí­ no tení­an ningún sentido, no los conocí­a. A punto estaba de cerrar el periódico, cuando algo llamó mi atención: un recuadro con gruesos filos en negro enmarcaba un nombre sumamente familiar. La sangre se me heló, tení­a que haber una equivocación que serí­a corregida inmediatamente.

Corrí­ a darme una ducha, el teléfono no paraba de sonar, decidí­ no contestarlo, pues de hacerlo retrasarí­a mi salida y por consecuencia mi llegada a la redacción del periódico para rectificar el terrible error.

Mientras me bañaba el agua se terminó, estaba completamente enjabonado, después de esperar cinco minutos, un pequeño hilo de agua salió por la regadera, el baño se prolongó por quince minutos más. Para entonces la cabeza estaba a punto de estallarme. El vestirme me tomó poco tiempo, me serví­ otra taza de café y con ella tragué las aspirinas para menguar la jaqueca. Dejé mi departamento y subí­ al elevador, algo me dijo que no debí­a hacerlo, pero el tener que bajar diez pisos por las escaleras, acalló la voz interior. Ya adentro, el ascensor se detuvo. Con una rabia incontrolable, oprimí­ el botón de la alarma. Parecí­a que nadie lo oí­a, desesperado inicié una lucha contra la puerta la cual pude abrir después de rasgar mi camisa, el maldito aparato estaba entre dos pisos, como un animal, me arrastre al piso de abajo, al salir un enorme ocho anunciaba mi arribo al octavo piso; busqué la puerta de las escaleras y emprendí­ mi descenso bufando como un toro, al llegar a la planta baja, la puerta que comunicaba las escaleras con el lobby, estaba cerrada; arremetí­ a patadas contra ella sin ningún resultado, dándome por vencido decidí­ olvidar mi visita al periódico, regresar a mi apartamento y mandar todo al diablo;cuando sin más la puerta se abrió y pude salir primero al lobby y luego a la calle. Subí­ a mi automóvil, la llave de ignición hizo contacto con el switch, sin ningún resultado, la baterí­a estaba completamente descargada. Salí­ del vehí­culo histérico, la rabia habí­a hecho presa de mi, sin ninguna precaución comencé a cruzar la calle, cuando de pronto un inmenso camión salió de la nada y me hizo volar por los aires; quedé tirado en el pavimento bañado en sangre, lo último que alcance a ver fue el puesto de periódicos donde habí­a comprado el diario matutino, el cual como un aviso personal se habí­a adelantado a mi muerte.

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