Cronica «el tapabocas nos hermano»

De repente la consigna fue no besarse, no saludarse de mano, evitar las congregaciones y lavarse constantemente las manos. Respirar daba miedo.

De un tajo tuvimos que despojarnos de nuestra esencia. Dejamos de estrecharnos las manos o palmearnos la espalda. Ya no pudimos tocar con los labios la mejilla de la amiga. En el transporte público mirábamos sospechoso al de al lado, más aún si le lloraban los ojos. Toser o estornudar se convirtió en un pecado y el cubrebocas nos unificó bajo una máscara de sicosis.

A fuerza de la repetición nos convertimos en especialistas para identificar los sí­ntomas de la influenza. Así­, nos sumergimos en una sugestión de locura, porque un dolor de cabeza o de garganta ya no pasaban inadvertidos ni se atendí­an con el remedio de la abuela. Fue entonces que saturamos los hospitales.

La frase: â??Nadie se muere de una gripaâ? se volvió irracional y burda. El número de muertos crecí­a a diario, pues tan sólo en el Distrito Federal las autoridades informaban que hasta el sábado 25 de abril habí­a 13 fallecidos. Dos dí­as después ya eran 22 y a la semana siguiente la cifra subí­a a 28. Entonces, vino una ola de discriminación, en el resto de la República, para todo el que fuera capitalino. Pero también aquí­ se discriminó al vecino que se conocí­a enfermo. La vitamina C y los tapabocas se acabaron en las farmacias. Buscábamos la protección a como diera lugar ante una enfermedad para la que las propias autoridades reconocí­an que no hay vacuna.

Los niños se quedaron sin los festivales del 30 de abril, y el Dí­a del Trabajo era uno más para permanecer encerrado en la casa cosechando la angustia, por un virus nuevo sobre el que se debatí­a respecto a su origen, que si era mexicano o gringo o si era una invención del gobierno. El presidente Felipe Calderón aparecí­a en cadena nacional para sugerirnos que era mejor no salir del hogar y total, para qué, si afuera no habí­a nada que hacer.

El gobierno capitalino anunciaba la cancelación de 533 conciertos, festivales y actos masivos de carácter cultural, artí­stico y deportivo. Los restaurantes, los billares, los antros, los bares, las cantinas, los deportivos y hasta los gimnasios estaban cerrados.

Los chistes y el humor chilango surgí­an entonces de entre el desasosiego que nos invadí­a, acentuado por un temblor de 5.7 grados que nos sacudió el 27 de abril, en medio de una alerta máxima por la epidemia que ya escalaba a pandemia. â??¿Qué le dijo la ciudad de México a la influenza? Mira cómo tiemblo, mira cómo tiembloâ?, se escuchaba el chascarrillo en boca de los pocos que salí­an de sus casas.

â??Uta, esto es pura mentira, nomás pa´ fastidiarnos. A ver, ¿dónde están los muertos y los enfermos? Yo no conozco a ningunoâ?, decí­a un taxista, quien exigí­a así­ las pruebas para entender el anuncio del gobierno que lo obligaba a portar guantes de látex y cubrebocas. Para este chofer el único efecto real de la contingencia era la falta de pasaje y por tanto la caí­da en sus ingresos. No iban a alcanzarle los dí­as para reunir la cuenta que semanalmente le debe pagar al dueño del taxi.

Salir a esta ciudad en los momentos de la contingencia era entonces como amanecer un 25 de diciembre o un primero de enero, sólo que sin el sopor, la resaca o el desvelo que da la juerga de la noche anterior, sino con el temor de convivir con un virus que provoca una gripe mortal.

La ciudad, como pocas veces, se libró del tránsito vehicular. El Viaducto, el Periférico o calzada de Tlalpan se recorrí­an en menos de 30 minutos, sin importar que fuera lunes o viernes de quincena. Las horas pico desaparecieron de los parámetros oficiales, esos que se usan para medir el flujo de personas en esta ciudad. Después del puente del 1 de Mayo, Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno del DF, aseguraba que la epidemia pasaba ya no por un periodo de estabilización, porque ya no habí­a tantos muertos ni enfermos en los hospitales. El dí­a 6 de mayo reabrieron los restaurantes, pero bajo la condición de espaciar a sus clientes y ocupar sólo la mitad de sus mesas. Los burócratas regresaron a laborar después de un asueto obligatorio.

El semáforo de la alerta sanitaria bajó del rojo, en el que estuvo durante el puente del 1 de mayo, al naranja y de ahí­ al amarillo. Hoy ya podemos besarnos, dijo hace un par de dí­as Marcelo Ebrard, pues la alerta sanitaria para la capital del paí­s se encuentra en verde. El riesgo ya es bajo en esta ciudad donde por dos semanas estuvo restringido el contacto humano, ese que nos hace chilangos

Technorati Profile

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *