Toma de Zacatecas (Historia)

â??Espero que esta pelea la ganen sus cañonesâ? â??le dijo Pancho Villa a Felipe íngeles mientras se preparaban para marchar con toda la División del Norte sobre Zacatecas. La vieja ciudad colonial era el último bastión del huertismo y su caí­da significaba el paso franco a la ciudad de México.

En la madrugada del 17 de junio de 1914, desde Torreón, el general íngeles comenzó a montar el grueso de su artillerí­a en cinco trenes. A las 8 de la mañana la primera locomotora anunció su partida rumbo a Zacatecas, y con intervalos de 15 minutos salieron las demás. El viaje fue por demás lento y húmedo. La lluvia no dejó de caer sobre la División del Norte pero los villistas iban muy animados: tras varios meses de intensos combates nadie dudaba ya de su poderí­o. Villa y íngeles deseaban, por encima de cualquier otra cosa, darle el tiro de gracia al régimen del usurpador Victoriano Huerta.

íngeles y su gente llegaron a Calera â??a 25 kilómetros de Zacatecas- el dí­a 19 por la mañana. Desembarcado el equipo militar, el general tomó su caballo y con una escolta salió a reconocer el terreno, necesitaba establecer posiciones y ubicar los sitios más adecuados para sus piezas de artillerí­a. Se le veí­a tranquilo cabalgando de un lugar a otro, daba órdenes, tomaba sus binoculares para observar la ciudad de piedra, se detení­a un momento y respiraba satisfecho.

El enorme reflector colocado en el punto más alto del cerro de la Bufa iluminaba la ciudad de Zacatecas. La gente comentaba que el general huertista Luis Medina Barrón â??oficial a cargo de la defensa de la plaza- lo habí­a mandado traer de Veracruz, para lo cual habí­a sido necesario desmontarlo del faro que se levantaba en el puerto. Los federales lo hací­an girar toda la noche tratando de ubicar las posiciones rebeldes y las piezas de artillerí­a de íngeles. Los desesperados esfuerzos de las tropas de Huerta para defender la plaza no le quitaban el sueño al general. Nada podí­a ya detener la marcha de la División del Norte

Villa se presentó en las inmediaciones de Zacatecas, por la tarde del 22 de junio de y determinó que la batalla comenzarí­a a las 10 de la mañana del dí­a siguiente. â??Juntas se moverán todas las fuerzas a esa hora. Nadie entrará un minuto antes ni un minuto despuésâ? â??ordenó el Centauro. La señal para iniciar serí­a era el disparo de un cañón.

Amaneció radiante el dí­a 23 de junio de 1914. El cielo no podí­a ser más azul. Atrás habí­an quedado las amenazas de lluvia de la noche anterior. íngeles despertó pasadas las siete de la mañana; se afeitó con calma, tomó su baño, desayunó con su estado mayor y montó su caballo. Eran las nueve de la mañana.

En la ví­spera, el general hizo un movimiento que dejó perplejo al enemigo: retiró las piezas de artillerí­a de sus posiciones originales y las emplazó en sitios imperceptibles y muy cerca de las lí­neas defensivas de los federales. Los últimos tres dí­as convenció a los huertistas que ya tení­a definidas sus posiciones.

El disparo de un cañón a las diez de la mañana en punto anunció el inició de la batalla. Los villistas avanzaron por los cuatro puntos cardinales intentando arrebatar a los federales sus posiciones en la Bufa, el Grillo, la Sierpe, Loreto y el cerro de La Tierra Negra. Cuarenta cañones â??28 por el norte y 12 por el sur- entraron en acción al mismo tiempo para apoyar el despliegue de la infanterí­a que ascendí­a presurosa por los cerros que rodeaban la ciudad.

Los veintidós mil hombres de la División del Norte se moví­an en completa armoní­a bajo la dirección de íngeles. El general habí­a logrado la perfecta conjunción entre las brigadas del ejército villista. â??La artillerí­a obrando en masa â??escribió íngeles- y con el casi exclusivo objeto de batir y neutralizar las tropas de la posición que deseaba conquistar la infanterí­a y ésta marchando resueltamente sobre la posición en donde la neutralización se realizaba. ¡Qué satisfacción la de haber conseguido esta liga de las armas!â?

íngeles estaba enardecido; parecí­a encontrarse en una dimensión diferente al resto de los hombres, en un sitio privilegiado, exclusivo para el guerrero. Las granadas estallaban encima de su punto de observación o lo rebasaban por completo. Con sus binoculares alcanzaba a divisar al abanderado que corrí­a al frente de su brigada avanzando sin parar. Entonces calibraba nuevamente los cañones y alargaba el tiro para apoyar el asalto final de la infanterí­a sobre alguna posición.

En medio del fuego de la fusilerí­a, íngeles tomó su caballo para cerciorarse del estado que guardaban otros puntos de la batalla. En camino a Loreto encontró a Villa. Ambos generales con sus estados mayores, cabalgaron juntos mientras escuchaban â??alegrementeâ? los disparos de la artillerí­a villista. Los cañones federales intentaban pegarle al numeroso grupo; sus tiros, sin embargo, quedaban cortos.

Una granada explotó a escasos tres metros de donde se hallaban íngeles y Villa observando el combate. El humo cubrió por algunos instantes a los dos jefes y a sus hombres. Cuando el humo desapareció habí­a varios cadáveres mutilados. Para mala fortuna no habí­a sido disparado por del enemigo. El proyectil era villista, explotó en manos de un artillero que preparaba su lanzamiento. Para evitar que los soldados entraran en pánico o pensaran en el riesgo que corrí­an al manejar las bombas, íngeles gritó: â??No ha pasado nada, hay que continuar sin descanso; algunos se tienen que morir, y para que no nos muramos nosotros es necesario matar al enemigo. â??¡Fuego sin interrupción!â?.

Hacia las 5. 40 de la tarde, el triunfo de la División del Norte estaba cerca. El enemigo abandonaba sus posiciones y huí­a de manera desorganizada. â??No los veí­amos caer, pero lo adivinábamos â??escribió íngeles-. Lo confieso sin rubor, los veí­a aniquilar en el colmo del regocijo; porque miraba las cosas bajo el punto de vista artí­stico, del éxito de la labor hecha, de la obra maestra terminada. Y mandé decir al General Villa: ¡Ya ganamos, mi general! Y efectivamente, ya la batalla podí­a darse por terminada, aunque faltaran muchos tiros por dispararseâ?.

Unos minutos después, las tropas villistas tomaban posesión de la Bufa y del Grillo y avanzaban sobre la ciudad. Las calles de Zacatecas presenciaron una de las peores matanzas de la revolución. Los revolucionarios acabaron con todos los soldados federales que encontraron a su paso. Saquearon casas, edificios y oficinas. En algunos casos arremetieron incluso contra la población civil. Los siete kilómetros que mediaban entre Zacatecas y la población de Guadalupe terminaron tapizados de cadáveres impidiendo el tránsito de carruajes.

En uno de los edificios del centro de la ciudad se encontraba un joven oficial del ejército de Huerta. Su misión era defender el parque y las armas que se encontraban almacenadas ahí­. Cuando los villistas entraron a la ciudad, el oficial supo que no tení­a escapatoria. Esperó a que llegaran los revolucionarios y cuando intentaron entrar hizo volar el edificio. Decenas de ví­ctimas de ambos bandos quedaron entre los escombros de la vieja construcción.

Cinco mil muertos entre las tropas federales. Cerca de tres mil lamentó la División del Norte. En los dí­as siguientes surgirí­a nuevamente el humanista. Decenas de prisioneros salvaron la vida gracias a la intercesión de íngeles. La sangre sólo debí­a correr en la batalla. Los muertos eran parte del ritual de la guerra.

Frente a la noche y sumido en sus reflexiones, íngeles respiró satisfecho por el éxito de la batalla. La venganza sobre Huerta se habí­a consumado. â??Y bajo el encanto de la obra clásica de ese dí­a feliz, me hundí­ plácidamente en un sueño reparador y sin aprensionesâ?

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Comentarios

  1. Avatar de Rebeca- Reflexiones Cortas

    Necesito frases bonitas que sirvan para Reflexionar, y pensamientos cotidianos lindos.Los quiero para poder hacer reflexionar a la gente y a mi misma.Gracias a todos , espero que me puedan ayudar.

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